San Francisco

La multitud toma los conciertos de la Mercè

Lleno total de público dispuesto a disfrutar de la oferta musical gratuita

La avenida María Cistina se llenó de jóvenes hasta la madrugada
La avenida María Cistina se llenó de jóvenes hasta la madrugadalarazon

BARCELONA- No hay nada como un gran escenario y un concierto gratuito para atraer a las masas. Los ayuntamientos de todos los rincones de España lo saben a la hora de planificar sus fiestas patronales, y también el Consistorio de Barcelona con la organización de la fiestas de la Mercè que, coincidiendo este año con el fin de semana, multiplican el público potencial y por adelantado pronostican llenos aunque se programe música en infinidad de escenarios.

El centro de Barcelona era el viernes por la noche un hervidero de gente de arriba a abajo, de la plaza Real al Macba, de la plaza Cataluña al Centro de Cultura Contemporánea (CCCB), de la avenida María Cristina a la avenida de la Catedral. Cada uno de estos rincones emblemáticos de Barcelona tenía su particularidad, pero todos estaban llenos de público con ganas de disfrutar de los conciertos de las fiestas en honor a la patrona de la ciudad.

El primer gran concierto fue el de Howlin Rain, una banda de San Francisco que son como el eslabón perdido entre el hombre de cromañón y el «hipster». De largas barbas secas y melenas ralas, delgados como patas de mosquito, y con una energía contagiosa, el público, con sus camisas a cuadros bien planchadas y su barba espesa cuidada, parecía mirarlos con admiración diciendo: «Así que es esto lo que estoy intentando imitar».

Lateros en el centro
Su rock setentero directo, sin adornos, hizo vibrar a la multitud y, cuando terminó su actuación, desperdigó a los asistentes contentos a otros puntos de la ciudad. Curioso que, a la entrada de la plaza Real, la Guardia Urbana, con un furgón policial, hubiese detenido a un grupo de lateros, mientras en el interior se paseaban docenas más vendiendo hasta mojitos. Una de cada tres personas llevaba una lata en las manos, claro que también podrían haberla traído de casa. En todo caso, y a pesar del despliegue policial, los lateros hicieron su agosto a finales de septiembre.

En la avenida de la Catedral, el músico kurdo residente en Barcelona Gani Mirzo hizo toda una exhibición de sonidos orientales mezclados con espíritu occidental. La gente, eminentemente mayor, estaba cómodamente sentada, salvo el ilustrador Juanjo Saez, que no es eminentemente mayor y miraba de pie.

Lejos de tanta trascendencia y espiritualidad, la plaza Cataluña se apuntó al folclore tradicional para bailar al ritmo de La Carrau. El escenario se llenó de bailarines que daban extraños saltos y cabezudos paseando por ahí que no podían ni saltar porque perderían la cabeza. Al público parecía gustarle el espectáculo. Pero volvamos a la juventud.

El Macba y el CCCB tenían dos escenarios donde los grupos locales de indie pop lo daban todo. Y por allí se coló Sonny and the Sunsets, que es de San Francisco, pero podría ser de aquí, porque ya no hay mucha diferencia entre la música de aquí y de allí, y su rock de garage con puntos psicodélicos queda muy bien descrito en las crónicas periodísticas, pero escuchado en directo es de lo más aburrido.

Aunque el escenario más joven del centro de la ciudad era, sin duda, el de la avenida María Cristina. Aquello se convirtió en la fiesta de botellón más espectacular que se pueda recordar en Barcelona. Allí no había lateros, no hacían falta. Los adolescentes estaban la mar de felices con sus calimochos y con la música de Dover, que en realidad no les importaba en absoluto, pero al menos tenían musiquilla.

La banda madrileña lo pasó mal al inicio, con la voz de la cantante prácticamente inaudible. «¡Mi abuela grita más fuerte!», espetó un simpático adolescente con pendiente. Ya era de madrugada y nadie parecía querer irse a casa.

A la otra punta de la ciudad, en el Fórum, otro de los escenarios de la Mercè apto para grandes concentraciones de público, las multitudes se concentraron para un último resquicio de fiesta. Primero con el intimismo de Mishima, y, después, con la ñoñería de Vetusta Morla. Sólo era el primer día de conciertos, pero la gente no quiso reservarse, desde luego.