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El declive de un animal político

La Razón
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PARÍS- Hace un tiempo que Jacques Chirac atraviesa sus horas más bajas. El animal político ha perdido toda su ferocidad. La enfermedad neurológica que sufre merma cada día un poco más las facultades de quien durante cuarenta años ha encarnado las más altas responsabilidades del Estado. La condena a dos años de cárcel ha puesto la puntilla, aunque en realidad el ex presidente no tenga que cumplirlos. La Justicia le ha ahorrado tal escarnio, aunque éste es el peor colofón que se le podía poner a la larga e intensa trayectoria política de un hombre de Estado en el ocaso de su vida. En ese tiempo y desde que obtuviera su primer cargo en 1965, ha librado todos los combates posibles. La conquista del poder ha sido su combustible, aunque sus detractores le reprochen que una vez alcanzado no supiera ejercerlo. En la cuneta, los rivales se cuentan por pares. Si por algo se ha distinguido este gaullista pragmático, capaz de mudar de convicción en función de las modas, es por eliminar de su camino a todo competidor potencial dentro de su partido. A excepción de Nicolas Sarkozy, contra el que no pudo en su momento y, al contrario, acabó integrándo en su Gobierno.

«Despiadado» según sus enemigos; «afectuoso» y «atento» según sus partidarios, Chirac ha conseguido labrarse un capital de simpatía que ha hecho de él la personalidad política más apreciada por los franceses desde que abandonara el Elíseo en mayo de 2007. Y todo pese a las constantes sospechas por desvío de fondos públicos o financiación ilícita de partidos políticos que sobre él se han cernido.

Aunque durante años ha logrado ir capeando –fruto de la prescripción en algunos casos– los escándalos judiciales que desde su época de alcalde de París han estado gravitando en torno a él, al final, el peso de la Justicia ha acabado recayendo como una losa. Su familia política está convencida de que no afectará a su popularidad ni empañará su imagen. Pero la condena forma ya parte indeleble e imborrable de su historia. Junto a sus más gloriosas horas y a sus dos mandatos presidenciales. Sin duda, la peor de las sanciones.