Historia

Murcia

11 de Septiembre por Pedro Alberto Cruz Sánchez

La Razón
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Todo evento –sea de la naturaleza que fuere- genera una reacción espontánea inmediata y una estela interminable de clichés. Así es el comportamiento humano y, sobre todo, los mecanismos de funcionamiento de la memoria. Nada se salva. Ni siquiera un acontecimiento tan global, con tanta proyección histórica como el que supuso el atentado contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Probablemente, desde el Holocausto no había ocurrido una catástrofe tan perfecta, tan racional en su ejecución. El horror no llama la atención por su carácter accidental, sino por el cálculo con el que algunas veces adquiere forma. De un millón de veces que se ensayara, solamente una tendría éxito: y esa fue la de aquel aciago martes del mes de septiembre.

Hasta entonces, el mundo vivía bajo la cautela de una catástrofe que de continuo se atisbaba inminente, pero que nunca llegaba. En realidad, ninguna de las atrocidades que diariamente sucedían en lugares dispersos del mundo conseguían arruinar ese estado de ingenuidad, de optimismo autoimpuesto que regía el devenir de nuestra historia contemporánea. La teoría de que «todo es posible» no dejaba de ser una funesta opción de futuro, que, aunque probable, siempre se acaba revistiendo con un cierto ropaje de inverosimilitud. Pero, en contra de todas las previsiones, la gran catástrofe advino en forma de dos aviones impactando sobre sendos rascacielos. A partir de ese momento, lo posible se convirtió en real. Y lo que es peor: si, hasta entonces, el terror habitaba ese margen de la imaginación en el que cada individuo proyecta la realidad en los términos que su subjetividad se lo permitía, ahora era la realidad la que imponía sus modos, sus hechos inobjetables. De la imaginación pasamos a la evidencia, y ésta era la llave que el miedo necesitaba para introducirse de lleno en el «hogar» de una sociedad que ya no volvería a ser la misma.

Vivimos en el tiempo de la catástrofe «ya» realizada. Para ser rigurosos, habríamos de decir que lo quedó del 11 – S fue una escombrera, y que cada uno de los fragmentos que la integran es lo que nos queda de realidad. El impulso vertical que caracterizó al mundo de final del siglo XX se transformó súbitamente en una horizontalidad y abatimiento, que define a la perfección la situación de desplome que nos feine en la actualidad.