Sevilla
Absuelta y retratada por Lucas Haurie
La aproximación del ciudadano español a las decisiones de los órganos jurisdiccionales, se llame el justiciable Contador, Camps, Garzón o Pepa Medrano, la fijó Calderón en «La vida es sueño» cuando pone en boca de Segismundo: «Nada me parece justo en siendo contra mi gusto». Ese principio bastardo es apenas aceptable en una tertulia de bar pero se convierte en un peligroso tic totalitario cuando lo enarbolan dirigentes políticos. De cualquier tendencia, porque aquí todos los partidos tienen por qué callar y a ver si Gallardón se atreve de una santa vez a desenterrar a Montesquieu, asesinado de boquilla por Alfonso Guerra pero por mano de la funesta Ley Orgánica del CGPJ que Fernando Ledesma firmó en 1985. De modo que los mismos capitostes comunistas que no se ahorran ni un insulto contra los siete jueces que han condenado a Baltasar Garzón, exigen respeto para la discutible absolución de su iletrada concejala, inocente por desconocer la faceta literaria de un escritor… que es como tener por cantante a Jesulín de Ubrique porque una vez grabó un disco e ignorar su condición de torero. Blasonan de su respeto por la Justicia quienes se manifiestan contra cualquier sentencia que lo contraría. ¿Caraduras? No. Simplemente políticos.
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