Asia

Tayikistán

Asia profunda

Serranillas para el verano
Serranillas para el veranolarazon

Siempre caigo en la atracción de Oriente, mi estrella me lleva indefectiblemente a la nación de los Magos; en esta ocasión para enfrentarme a los tremendos jabalíes asiáticos. Como es de rigor se lo expuse a Mireya, envolviendo la excursión en las noches de Sherezade y el encanto misterioso de Asia, pero mi rubia es muy pragmática y tuve que reconocer las incomodidades de un país con pocos recursos y los inconvenientes de una cultura primitiva.

-A mí llévame a cacerías con champán. Sentenció

Así que, en compañía de mi buen amigo Gustavo Camacho, repito el viaje de los almogávares: el vuelo cruza las Baleares, el estrecho de Bonifacio, la península italiana y, a través de los Balcanes, llegamos a Estambul, la cita de dos mundos.
Es un trayecto conocido pero la belleza del mapa mediterráneo mantiene el mismo encanto de la primera vez.

El siguiente trayecto, desde la antigua Constantinopla, transcurre de noche y no tiene imágenes, es mero transporte hasta Dushambé, la capital de Tayikistán.

El país nos ofrece su peculiar forma de acoger turistas: como todos los que formaron la Unión Soviética conserva los hábitos socialistas de ineficacia administrativa y desmedido amor a la autoridad. Unos aduaneros perezosos dejan que la cola de mansos pasajeros se eternice mientras ellos alternan el despacho de su función con entretenidas conversaciones con otro compañero e incluso alguna visita de cortesía al de la garita cercana con quien deben mantener una sincera amistad.

Cuando al fin nos toca el turno, el probo funcionario nos comunica, con auténtica satisfacción, que él no es el responsable de los visados y que debemos dirigirnos a otra ventanilla. La burocracia no cambia por atravesar fronteras.
Nuevo empleado, más papeleo con cuestiones tan pertinentes como la declaración de no ser terroristas ni tener intención de perpetrar atentados en Tayikistán. Siempre me han admirado los delincuentes que, al parecer, visitan el Asia central o intentan introducirse en los EE UU, y que con la mayor inocencia declaran venir para asesinar al presidente de este último país o colocar explosivos en los asiáticos. ¡Hay gente para todo!

Mientras resolvíamos nuestros visados han desembarcado varios vuelos y el terminal se ha llenado de enfebrecidos tayikos que, prietas las filas, impiden todo paso al puesto aduanero. Saltamos las barreras, desoyendo protestas, y nos encontramos con nuestro equipaje que, felizmente, ha llegado al completo. Ahí terminan los trámites pues rifles, munición y bagajes atraviesan la frontera sin merecer una simple mirada por parte de autoridad ninguna.
El organizador de la cacería nos lleva a su vivienda. Está en el 5º piso y no tiene ascensor pues cuando se construyó la casa esa máquina se consideraba molicie capitalista; la suciedad y abandono de la escalera es digno de una película del neorrealismo italiano.
No hay camas y debemos tumbarnos en el suelo, sobre la alfombra, para intentar descansar nuestros molidos cuerpos.

Dos horas de sueño y de nuevo al tajo.
El automóvil reposta combustible en una estación de servicio… normal, pero lo efectúa con latas de gasolina y un embudo… anormal.

La carretera está en obras durante unos sesenta kilómetros, lo que implica aumentar la emoción de viajar pues no hay ninguna señal que anuncie las distintas trampas que ha dispuesto el Ministerio de Obras Públicas y, además, la nube de polvo que envuelve la ruta de tierra enmascara a los coches que transitan como fantasmas por ella.

Llegamos de noche a un pueblo donde transbordamos al todoterreno que nos conduce al destino final. Las edificaciones son de adobe y todo el conjunto respira miseria, baste decir que los escasos techos de uralita se consideran un lujo.

A pesar de que, en Asia, siempre espero lo peor, esta vez la realidad supera cualquier previsión: paredes y suelo de tierra, con un techo de paja entrelazada con los palos que cumplen oficio de vigas. En el alfeizar de la única ventana, protegida de la intemperie por un fino plástico extraído de sabe Dios qué bolsas, luce una vela para iluminar la noche. ¡A todo lujo!

Me indigna que el organizador insistiera en la inutilidad de traer colchoneta hinchable, ahora la dureza del suelo, además de otras incomodidades, impedirá que descansemos de noche.
Voy a edulcorar las impresiones que vierto a mi diario para no tener que escuchar a mi querida Mireya, recordándome por qué me acompaña con gusto en los safaris africanos y me abandona cuando me dirijo a Oriente.