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Prueba seria

La Razón
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Una ve las imágenes de Haití entre la angustia y la incredulidad. Resulta indecente contemplar cómo miles de personas mueren, mientras otras podrían, por qué no, morir también aquejadas del cólera o de la miseria. Y una ve, con más desazón si cabe, cómo esas pobres gentes, en vez de culpar a sus dirigentes, o a los dirigentes del mundo en general, por haberles engañado desde siempre a los primeros, y por haber sido testigos de su situación sin haber hecho nada a los segundos, culpan a las fuerzas de Naciones Unidas. Y esas fuerzas, compuestas por personas, al fin y al cabo, están allí, con ellos, viviendo probablemente no tan mal como los haitianos, pero desde luego mucho peor de lo que lo harían en sus casas, y compartiendo su olor a podredumbre y sus días de ruina y polvo. Los hombres, mujeres y niños de Haití, pobres e indefensos ante su propia ignorancia, se olvidan de quienes están ahí sólo por vocación de servicio y de ayuda, frente a esos políticos corruptos suyos que han sido incapaces de gestionar los miles de millones que han llegado al país tras el terremoto, procedentes de los bolsillos de celebridades y anónimos de todos los rincones del planeta. Lo peor es que, en medio del caos, del cólera, del agua vendida en bolsitas y de la pobreza extrema, están por llegar unas elecciones. Pero ¿es que acaso cuando alguien camina medio muerto entre los escombros y la enfermedad tiene capacidad para discernir y para determinar en manos de quién ha de dejar su futuro?