Dos años de la victoria del PP
Momentos de fe por Alfonso Merlos
Jamás pudo tener más vigencia la máxima kennedyana. Nunca como hoy es más determinante lo que cada uno de nosotros pueda hacer por su familia, por su empresa, por España. Lo que pueda entregar humana, generosa, responsable y patrióticamente a cambio de recibir poco o nada. Al menos durante un tiempo. Como mínimo hasta que las cosas vuelvan a ser lo que siempre pensamos que serían, o lo que nos gustaría que fuesen. O lo que soñamos, en vano, que siempre serían hiciésemos lo que hiciésemos, escribiéramos en renglones rectos o torcidos.
Entramos en un tiempo nuevo de sacrificios. Para todos. Nos guste o no. Y en este punto hemos de contemplar con más clarividencia que en el pasado reciente o remoto que alcanzar un bien supremo (o sea, la recuperación, la regeneración, el crecimiento y la creación de riqueza para la mayoría de compatriotas) deja en un lugar muy secundario cualquier bien relativo (o sea, la consecución de nuestros intereses más particulares y puntuales o de nuestros deseos más espontáneos y pasajeros). Es así. Y por la salud de nuestro futuro nos conviene interiorizar que no queda otra.
Apartados de cualquier clase de egoísmo, seguramente cada uno de los españoles pueda encontrar a partir de ahora con más ímpetu un sitio para el desinterés, para la solidaridad, para la cooperación y la colaboración, para el altruismo y, en el caso de los más desahogados en un tiempo de tantas estrecheces y apreturas, hasta para la caridad: para la atención no sólo moral sino material de los que más la necesitan. Porque los menesterosos, que ya suman por desgracia millones, no sólo demandan alguna gota de cariño y atención y comprensión sino, en ocasiones, un simple plato caliente de sopa.
No es hora de lamentos, ni de reproches, ni de rencillas, ni de ajustes de cuentas. Mucho menos de presentarnos como una sociedad peleada, dividida y debilitada. Sería simplemente suicida salir al campo como un equipo a la gresca, sin reservas, sin inteligencia, sin capacidades y sin voluntad. Muy por el contrario, a todos nos va el empeño de alumbrar un tiempo de fe en lo que, más pronto que tarde, podemos y queremos ser como país. A todos nos va llenarnos de esperanza, de ese anhelo que se tiene por ver resuelto y finalizado cuanto antes un trabajo; especialmente cuando ese trabajo exige de una entrega de energía inusual o desconocida.
Reza el viejo proverbio asiático que toda gran marcha comienza con un pequeño paso. El de cada día. Comprendamos la importancia de cada uno de nuestros gestos, de nuestras actitudes, de nuestras competencias. De lo que podemos ayudar si nos lo proponemos firme y valientemente, a nosotros mismos y a nuestros conciudadanos. Cada cual en su ámbito, en su entorno, haciendo y sumando colectivamente muchísimo más de lo que pueda imaginar. Parafraseando a quienes buscaron construir un nuevo orden tras la Segunda Guerra Mundial, cabe decir hoy y para España, por políticamente incorrecto o especialmente impopular que resulte, que la crisis económica -que tanto sufrimiento ha traído y tan desorientados nos ha dejado- nació en la mente de cada uno de nosotros. Es por lo tanto en la mente de cada uno de nosotros donde debemos levantar y edificar los baluartes para su solución.
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