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Johannesburgo gris y rojo

La Razón
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Cuando el viajero observa la ciudad de Johannesburgo desde el este, entrando por Concorde Road hacia el estadio, ve la ciudad populosa cubierta por una nube de polución, procedente del polvo que despiden las minas de oro. Los ocho millones de habitantes de la urbe viven bajo un cielo gris eterno. El estadio Ellis Park, que debe su nombre al político que fomentó su construcción, resulta escenario mítico por la final de 1995 del Mundial de Rugby, donde Nelson Mandela vistió la camiseta del capitán blanco de la Nacional surafricana, regalándole al mundo una foto que suponía el fin del apartheid. Luego, abrazó la Copa. Ellis Park, desde donde escribo estas palabras, es vecino del barrio más peligroso de la metrópoli, Bertrams, sede del crimen organizado, la delincuencia común y la droga. España se la juega en terrenos prohibidos. Hoy, Johannesburgo es platea para la esperanza y no para el miedo. Cartas de libertad. A mí me asustan los árboles desnudos y las cúpulas plomizas del cielo de esta macrociudad surafricana, casi me entristecen. Sólo desearía regresar aquí para jugar el último partido, en julio. La Selección vale para llorar y para soñar, para animarnos y para criticarnos entre todos. Ahora tocan silencio en la ciudad gris. Hora de los futbolistas. Les queda su misión, alegrar al país y acercarnos a la realidad verdadera y no al sueño. Aún no es hora de cerrar los ojos. No me importa la alineación. Esta noche sólo pienso en ganar. En cambiar el grisáceo tristón por el rojo de la alegría. Así no morirán nunca, porque todos vivimos mientras haya alguien que nos recuerde. «La Roja» nació para ser recordada y no para caer en el olvido.