Educación
Basta de «tiritas» por Mª del Rosario Sáez Yuguero
Mucho se está hablando en los últimos meses de la universidad española y, al parecer por el diagnóstico, necesita de un urgente y doloroso tratamiento; pero hace falta quien se atreva a intervenir que nos dejemos ya de poner «tiritas» ante una grave enfermedad. Se pretende que la universidad sea autónoma, aunque hoy más que nunca está sometida a la hiperregulación de un Ministerio obsesionado en regularlo todo a golpe de Reales Decretos, hasta los metros cuadrados por alumno o profesor. Por si esto no es suficiente, están las todopoderosas comunidades autónomas que, como son las que «pagan», deciden y autorizan, o no, lo que libremente deberían hacer las universidades. En algunos casos deciden sobre qué titulaciones se implantan o no, aunque la financiación sea totalmente privada. Sin libertad no hay universidad.
Parecía que Bolonia sería una oportunidad, y tal vez lo hubiera sido sin la excesiva burocratización que ha traído el funcionamiento de las Agencias de Calidad, la nacional Aneca y las agencias regionales, siervas de sus amos. Son incontables, como las arenas de los mares, las horas dedicadas por el profesorado a rellenar memorias en complicadas aplicaciones informáticas para la verificación de los nuevos grados; y cuando ya se sentía cierto alivio, resulta que para cada modificación, como por ejemplo aumentar el número de alumnos o cambiar una asignatura, hay que hacer un tedioso proceso, similar al anterior. Pero todavía nos falta el proceso de seguimiento y acreditación que supondrá, de nuevo, dedicar la mayor parte del tiempo a inútiles tareas burocráticas en lugar de a preparar clases, atender a los alumnos en tutorías o investigar; esto sí que hubiera mejorado la universidad.
En un foro de debate sobre la universidad española, alguien dijo que en ésta sobraban más de 100.000 vagos, y nos echamos a temblar: no sabíamos si se refería a profesores o alumnos. Nos llegó el alivio cuando especificó que hablaba de alumnos, pero que tal vez también habría que mirar lo de los profesores. Y es que no se puede estar financiando con dinero público a alumnos que no tienen interés en formarse y que dedican numerosos años a terminar sus estudios sin ninguna responsabilidad. La enseñanza ha de ser gratuita para los buenos estudiantes, pero no se pueden mantener vagos durante años en las aulas. Es necesario plantearse el problema de la financiación de las universidades públicas con seriedad, conociendo costes y eficiencia de la inversión. Vienen años de vacas flacas y recortes y por eso será necesario que todos nos apretemos el cinturón.
En las universidades privadas sabemos muy bien lo que son dificultades para la autofinanciación y competir en desigualdad de oportunidades. Otra cuestión es la visión utilitarista de la educación universitaria pretendiendo que la universidad solucione la crisis económica y sea solamente un lugar para formar profesionales competentes y eficaces que satisfagan la demanda laboral en cada preciso momento. Como dijo el Papa Benedicto en El Escorial este verano: «Sabemos que cuando la sola utilidad y el pragmatísmo inmediato se erigen como criterio principal, las pérdidas pueden ser dramáticas: desde los abusos de una ciencia sin límites, más allá de ella misma, hasta el totalitarismo político que se aviva fácilmente cuando se elimina toda referencia superior al mero cálculo de poder. En cambio, la genuina idea de universidad es precisamente lo que nos preserva de esa visión reduccionista y sesgada de lo humano. La universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana».
Mª del Rosario Sáez Yuguero
Rectora Universidad Católica de Ávila
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