Castilla-La Mancha

Bajo el espíritu de cambio del 96

15 años después de la victoria de Aznar, un equipo distinto afronta la campaña con los mismos retos

Aznar junto a Álvarez Cascos, Rajoy y Ana Botella en el balcón de Génova la noche electoral
Aznar junto a Álvarez Cascos, Rajoy y Ana Botella en el balcón de Génova la noche electorallarazon

MADRID- El 3 de marzo se cumplieron 15 años del triunfo en unas elecciones generales con el que José María Aznar puso fin a un monopolio socialista de casi 14 años. Aquel imperio del PSOE de Felipe González cayó por la presión económica y, sobre todo, por la explosión de escándalos políticos que en su conjunto contribuyeron a que en la opinión pública se asentara la idea del cambio, la idea de que hacía falta una alternativa política.

El cambio es quince años después, y con siete de Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero a las espaldas, el lema que el PP vuelve a agitar para asentar la tendencia a su favor que pronostican las encuestas. Dos equipos distintos, con discursos también distintos, pero con un punto de confluencia: el equipo de ahora promete precisamente a los españoles reeditar el milagro económico que protagonizó el del 96.

Aznar consiguió la hazaña de llevar al centro derecha al poder con un programa que se sostenía en tres ejes: ajustes y saneamiento de la economía para que España pudiera integrarse en el nuevo sistema monetario europeo; contundencia ante el nacionalismo; y una promesa de regeneración que le llevó a adueñarse de la bandera de la lucha contra la corrupción. El PP prometía recuperar el Estado de Derecho, terminar con la arbitrariedad y el intervencionismo, respeto a las libertades públicas… La experiencia de gobierno, y los consejos del sociólogo Pedro Arriola, han limado el discurso de los populares en algunas señaladas cuestiones, y también su posición crítica con los nacionalistas. Pero las otras dos prioridades siguen siendo hoy, con sus matices, las niñas mimadas del programa de los populares.

La victoria histórica del 96 la celebraron en el balcón de Génova Aznar, Ana Botella, Francisco Álvarez Cascos, Mariano Rajoy y Rodrigo Rato. Hoy el lugar de Cascos lo ocupa María Dolores de Cospedal y el de Rato es el gran misterio por desvelar. Las escuderías que trabajan detrás de las bambalinas tampoco tienen nada que ver porque Rajoy y Aznar no comparten ni carácter ni estilo de trabajar. Eso explica que los gabinetes de uno y otro no tengan nada en común. En el PP todavía se reconoce la capacidad del ex presidente del Gobierno a la hora de conformar equipos, de confiar en ellos, de escuchar (aunque luego hiciese lo que considerase oportuno) y de dejar claro a sus «fontaneros» qué quería decir en cada ocasión y cómo. Rajoy es otro estilo de político, más afable, mucho más cercano, y también más confuso para sus colaboradores, que entran y salen de su despacho, al menos eso cuentan, sin tener claro si el jefe les ha dado la razón o se la ha quitado.

«Son otros tiempos y hace falta otro liderazgo. En el 96 necesitábamos el de Aznar, hoy necesitamos un rostro más amable porque han cambiado muchas cosas y la izquierda ya está desmovilizada. No podemos ser nosotros los que la movilicemos», sostiene uno de los gurús del gabinete de Rajoy.

Los quince años que han pasado desde aquella primera victoria también se dejan notar a nivel territorial. Hoy el PP es un partido con «baronías» y, además, muy fuertes algunas, cosa impensable en el 96. Hoy los presidentes y líderes regionales marcan el camino en determinados asuntos y pelean en sus respectivos territorios con el PSOE para no ser menos de la tierra que ellos ni parecer menos autonomistas. Aunque, eso sí, el PP nacional sigue teniendo a gala presumir precisamente de su discurso y de su modelo nacional.

El calendario que precede a las próximas elecciones generales guarda importantes similitudes con el que anticipó la victoria de Aznar que le llevó a La Moncloa. Las elecciones autonómicas y municipales de 1995 supusieron un cambio drástico en el mapa del reparto del poder a favor del PP, convirtiéndose en una antesala de su posterior victoria. Génova espera que en esta ocasión se repita este capítulo de la historia. En 1995 el PSOE perdió su hegemonía en la mayoría de las comunidades en las que gobernaba, conservando el poder únicamente en Extremadura y Castilla-La Mancha. Hoy el PP se atreve, incluso, a verse gobernando en feudos socialistas que no han conocido la alternativa en los últimos 30 años, como es el caso de Castilla-La Mancha o Andalucía.

En el 96 las encuestas se equivocaron y la victoria por un escaso punto porcentual les obligó a adaptar la voluntad a las circunstancias y a pactar con los nacionalistas vascos y, sobre todo, con los catalanes. Hoy el PP mide los pasos y prepara el ajuar por si ese pacto es necesario, si bien ya ha empezado a administrar el discurso de que España se enfrenta a una situación tan delicada y difícil que requiere de una mayoría clara que pueda gobernar sin hipotecas ni tensiones externas.

Hay balances y juicios distintos sobre Aznar y sobre muchas de las decisiones que adoptó en sus ocho años de gobierno, pero nadie pone en duda que su política económica cerró un capítulo y abrió otro con un argumento renovado en torno a la reducción del gasto público y a una inflación muy moderada para lo que se conocía en España, que como adorno contaron con tasas de creación de empleo de un 3 por ciento anual, como no se había visto en los últimos veinte años, y con un sólido crecimiento del PIB. Hoy el PP promete volver a protagonizar esa película.