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Un Egipto sin alcohol ni bikinis

El turismo es la base de un país que espera resultados de las elecciones
El turismo es la base de un país que espera resultados de las eleccioneslarazon

Las legendarias pirámides de Giza, en la periferia de El Cairo, están más solitarias que nunca, y los guías turísticos, vendedores de souvenirs y dueños de camellos esperan ansiosos la llegada de los poquísimos turistas que aún las visitan. La situación es aún más desoladora en el Museo Egipcio –donde se encuentra, entre otros tesoros, la máscara de oro de Tutankamon–, sobre el que han llovido cócteles molotov y gases lacrimógenos en repetidas ocasiones en los últimos 10 meses.

La inestabilidad e incertidumbre política y los brotes de violencia continuados han afectado negativamente al sector del turismo en Egipto, vital para la economía del país y que se calcula que emplea a 1 de cada 7 trabajadores. Debido al estallido de la revolución del 25 de enero, la industria turística acabará 2011 facturando un tercio menos que en 2010, esto es, unos 4.000 millones de dólares menos.

Un pequeño empresario egipcio cuenta a LA RAZÓN que su negocio nunca ha ido tan mal, que en la capital la actividad se ha visto reducida prácticamente a cero, pero también en los oasis del Desierto Occidental o en las ciudades monumentales de Luxor y Asuán (valle del Nilo). «La gente tiene miedo y aplaza sus viajes para más adelante, cuando haya vuelto a la normalidad».

Con esa esperanza y con la ilusión de contribuir al futuro del país, los egipcios acuden estos días a las urnas en las primeras elecciones democráticas después de la caída del ex presidente Mubarak el pasado mes de febrero. Pero el mensaje que está saliendo de las urnas estos días no es para nada tranquilizador, ni para los que vienen de fuera ni para muchos dentro de Egipto: los islamistas están barriendo y el partido radical Al Nuur se erige como segunda fuerza más votada, que podría hacerse con más del 20% de los escaños en el Parlamento.

Todavía habrá que esperar hasta enero para conocer los resultados definitivos de este largo y complejo proceso electoral que tiene lugar en tres fases desde finales de noviembre, pero tras la primera victoria, los salafistas –corriente ortodoxa del islam procedente de Arabia Saudí– ya han desvelado sus planes si llegan al poder. Prohibirán la venta y el consumo de alcohol, así como el juego de azar, separarán las playas por sexos y el bikini será absolutamente vetado.

Las declaraciones de dirigentes y representantes del partido Al Nuur, así como del aspirante a candidato a la presidencia, Hazem Salah Abu Ismail, han desatado todas las alarmas en el sector turístico, sobre todo en las paradisiacas localidades del Mar Rojo, como Sharm el Sheij y Hurgada, que hasta ahora habían conseguido sobrevivir a la crisis gracias a su lejanía de la plaza Tahrir. Pero los salafistas han ido más allá y uno de sus candidatos parlamentarios –que finalmente salió derrotado de la primera ronda de los comicios– arremetió contra las ruinas faraónicas, de incalculable valor histórico y artístico, proponiendo cubrir con cera las estatuas de los dioses, ya que la representación de seres divinos es considerada idolatría por el islam, y recordando así la triste destrucción de los budas de Bamiyan a manos de los talibanes.

Mohamed Fathy es guía turístico, lleva desocupado desde principios de año y está indignado por estas declaraciones. Él y muchos otros compañeros que se han visto afectados por el parón del turismo se manifestaron la semana pasada para rechazar las amenazas contra este sector, que genera aproximadamente un 10% del PIB del país.

Incluso desde la principal institución religiosa de Egipto, Al Azhar, se ha condenado esta actitud tachándola de «irresponsable» y el propio ministro de Turismo, Munir Fahry Abdel Nur, se ha mostrado preocupado en este sentido, aunque al mismo tiempo ha querido tranquilizar tanto a los trabajadores como a los turistas.

Egipto está lejos de convertirse en Afganistán y, aunque los salafistas consigan una parte importante de escaños en el futuro parlamento, no tendrían la posibilidad de aplicar la «sharia» o ley islámica de forma estricta. Incluso las competencias de la cámara son todavía inciertas, pero la polémica ya está servida. Los salafistas han atacado al premio Nobel de Literatura egipcio, Naguib Mahfouz, diciendo que sus novelas incitan a la prostitución, la promiscuidad y al ateísmo. El rostro, e incluso la voz, de las mujeres es más que pecaminoso para ellos y la propia democracia, en la que ahora participan, fue calificada de herejía.