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La Razón
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Anadie le amarga un dulce, claro que no. A todos nos gusta viajar en la parte delantera del avión. Pero, claro, los lujos, grandes o pequeños, cuestan, y que los pague el contribuyente es muy cómodo, sí, pero no es bonito. No tiene mucha defensa, no hay argumentación posible para que los eurodiputados se desplacen en clase ejecutiva. No es popular, no vende. Ellos tienen que dar ejemplo, sobre todo en épocas de crisis como la que estamos viviendo, cuando el resto de los ciudadanos nos apretamos el cinturón hasta el último agujero y miramos el céntimo con lupa para que no se nos escape ni medio. Probablemente el ahorro que supondría el que los eurodipu-tados viajen en turista sería como el chocolate del loro, o no, depende de cómo se mire.

Según las cifras, el monto sería de algo así como de tres millones de euros al año, que no está nada mal. Quizá la solución pasaría por proporcionarles un billete básico y que después ellos pagaran el suplemento de business si tanto les va la vida en ello. Porque ¡hay que ver cómo se han rasgado las vestiduras cuando le vieron las orejas al lobo de la clase turista! Se supone que debemos ser austeros en momentos de penuria, como los actuales, y dar ejemplo es el mejor camino para los predicadores de la cosa política. No serían los primeros: muchas veces he visto en clase turista a gentes de muy primera fila, sin que a nadie se le cayera ningún anillo. Así, pues, la solución de que ellos mismos eligieran, pagando su «upgrade», sería la buena. ¿O no?