Sevilla
Perejil no fue una broma
Dos militares que participaron en la recuperación de la isla cuentan, 10 años después de aquella operación militar, su vivencia. «Sentíamos el apoyo de toda la nación detrás, estábamos en un momento histórico»
En España la parodia es, más que un arte, una costumbre. Del hecho más banal se hace un drama y viceversa, lo heroico se rebaja al nivel de chirigota con suma facilidad. La crisis del islote Perejil no iba a ser una excepción, pese a que era la primera vez desde 1975 que parte del territorio español era atacado. Una parte pequeña, apenas 300 por 500 metros, pero territorio español al fin y al cabo. El tiempo –diez años ya– y el tono socarrón usado desde ciertos sectores para definir la operación militar desarrollada para liberar ese pedacito de España a apenas doscientos metros de la costa marroquí nos han nublado la verdadera trascendencia de un conflicto que traspasó con mucho la pelea vecinal para implicar a medio mundo en pos de una solución.
Aquel 11 de julio de 2002 medio Ejército y parte de la Armada se puso en alerta. Durante los días que siguieron a la llegada de los gendarmes marroquíes a Perejil, los políticos discutían en Madrid y los militares se movilizaban en Alicante, Sevilla, Ceuta, Rota... Veinticuatro horas después de la ocupación del islote, el Estado Mayor del Ejército ordenaba armar con ametralladoras varios helicópteros; horas después, dos fragatas, dos corbetas y un submarino se desplegaban frente a las costas marroquíes. La tensión militar era evidente.
La política no lo era menos. Aznar mantenía firme su idea de una intervención militar urgente sobre el islote; enfrente, Rato optaba por enfriar la situación y con él se alineaba, para sorpresa de muchos, el almirante Antonio Moreno Barberá, entonces jefe de Estado Mayor de la Defensa. Pese al convencimiento del presidente del Gobierno, aún tardaría días en dar la orden. Pero mientras se discutía en Moncloa qué hacer, los militares se jugaban el tipo en la carretera para llegar a tiempo. Muchos recibieron semanas después multas que religiosamente pagó el Ejército. Era primordial para muchos estar ahí, ser parte de un hecho histórico. Para eso entrenaban, para eso se habían preparado toda su vida.
Rápido y emocionante
Los elegidos fueron los boinas verdes, el Mando de Operaciones Especiales, una unidad de élite específicamente entrenada para misiones de esta índole. Fueron 28 los hombres que se trasladaron a la base de El Copero, en Sevilla, a 130 kilómetros de Perejil. La operación «Romeo Sierra» estaba en marcha. Unas horas antes, un grupo de ellos disfrutaban de un concierto de Estopa. «Nos llamaron y pensamos que era un ejercicio», relata la ahora capitán enfermera Arancha Rodríguez. «Cuando llegamos al cuartel nos dijeron que había que actuar, que habían tomado Perejil». Acababan de volver de unas maniobras y «no sabíamos mucho de lo que pasaba, era difícil además no poder contar a nadie lo que íbamos a hacer. Mi familia se enteró de mi misión porque salí en prensa», recuerda. En la base, el equipo preparado y pinturas de guerra para una misión real. «Cuando me pusieron el chaleco y me puse la mochila pensé que aquello pesaba demasiado, que con todo eso no me iba a poder mover en condiciones, pero entonces entra en funcionamiento la adrenalina y como si no, puedes con todo».
En el vuelo en helicóptero desde Sevilla al islote, «iba tranquila, con el único miedo de que a alguien le pasara algo», cuenta una alegre capitán que entonces acababa de ascender a teniente con 27 años. Su helicóptero fue el primero en llegar, eran las 6:41 del 17 de julio y todo estaba oscuro. «Hacía mucho viento, teníamos que saltar sobre la isla de forma ordenada, pero todo se fue al traste porque el aspa tocó con una piedra y el aparato no dejaba de moverse, así que saltamos como pudimos». Los hombres del Grupo de Operaciones Especiales se desplegaron, pero ella tenía otra misión. Un cabo se había lesionado la rodilla al caer y mientras sus compañeros apresaban a los marroquíes ella trataba de curarle. «Todo fue muy rápido y limpio, enseguida todo estaba controlado. Cuando vi la bandera puesta me emocioné, era el momento de soltar la tensión, de celebrar que todo había salido bien, nos abrazábamos y reíamos».
Eso es lo primero que vio a las ocho de la mañana de ese día el ahora coronel Francisco Santacreu del Castillo, en estos momentos al frente del regimiento Tercio Viejo Sicilia, entonces al mando del grupo de la Legión que se encargó de mantener la isla bajo soberanía española. «Cuando me bajo del helicóptero y veo la bandera de España izada me emocioné», relata. Al mando de 75 hombres, Santacreu era consciente de que en cuanto pusiera el pie en aquella pequeña parte de España entraba en la historia. Su misión: mantener la isla durante el tiempo que fuera necesario.
En cuanto llegaron comenzaron los preparativos para mantener la posición. Hombres apostados en el perímetro y vigilando la cercanísima costa marroquí. No sabían si Rabat reaccionaría. Pese a que recibían instrucciones constantes desde el mando, la unidad había llevado un pequeño transistor a través del cual no sólo se enteraban de las noticias, sino que «sentíamos el apoyo de toda una nación». Tal vez por eso el coronel no tenía la tensión propia de una situación como esa. «Estábamos satisfechos –recuerda–. Primero porque la Legión había sido la unidad designada, eso nos orgullecía, y segundo, cada uno de nosotros, por estar en un momento comprometido para España defendiéndola».
¿Qué se hace en un islote tan pequeño mientras se espera una salida al contencioso? «Mi preocupación era mantener a la gente ocupada», relata. Desde primera hora, «ordenaba a mis hombres mejorar constantemente las posiciones defensivas». En la costa no se veía movimiento, más que unos niños o algún hombre que iba a pescar, pero había que seguir ahí, comiendo raciones de previsión.
«Se trataba de no tener la mente ociosa». Hasta que no llevaban un día y medio no se enteró de la proeza de uno de sus hombres. Le alertaron de que la mujer de un soldado había sufrido un aborto tres días antes de la misión. Le llamó y le dijo que en el primer helicóptero que apareciera se volvía para estar con su esposa. La respuesta fue contundente: «A mi no me sacan de la piedra hasta que salgamos todos». No hubo réplica porque entendía su postura.
«Nos sentíamos importantes, sentíamos que era un momento histórico» y no podían no estar allí, eran los elegidos de entre miles de soldados, eran el puntal en una crisis más importante de lo que se nos ha querido hacer ver desde determinados sectores. Tanto era así, y tan secreta era su misión, que la mujer del coronel no sabía nada hasta que recibió la llamada de un compañero: «¿Estás viendo la tele?», le dijo. «Sí, lo de Perejil», respondió. «Tu marido es el que está en la isla».
Para ellos, para todos los hombres y mujeres que estuvieron allí, aquella fue la misión de sus vidas, porque la situación lo requería, porque España lo necesitaba y ellos eran los elegidos.
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