Colombia
«Cualquier postura de izquierda tiene que ir contra el terrorismo»
Angelino Garzón / vicepresidente electo de Colombia. Es la antítesis de su jefe, Juan Manuel Santos. Nació pobre y abrazó la opción más lógica. Fue sindicalista y diputado del extinto M-19. El próximo 7 de agosto el «tándem de los opuestos» gobernará un país esperanzado en lograr por fin una paz que no parece una quimera.
Le queda más de un mes para asumir el segundo cargo más importante de Colombia y, tras una comprimida y agotadora campaña electoral a doble vuelta, sigue al pie del cañón en lugar de escapar rumbo hacia alguna de las bellísimas playas colombianas. Adicto al trabajo por necesidad, atiende desde su celular a LA RAZÓN a sus seis de la mañana, camino de una reunión a la que a esas horas, en España, no acudiría ni el convocante. Es probable que Santos y Garzón hubieran intercambiado miradas de recelo si se hubieran encontrado algunos años atrás, siendo jóvenes. Santos representaba la aristocracia colombiana y su futuro vicepresidente la Colombia a la que la élite daba la espalda en los semáforos. Hoy, mucho ha cambiado. Tanto como para que ambos compartan amistad, admiración y el desafío de gobernar un país cuyo listón deja muy alto su predecesor, Álvaro Uribe. –Sus orígenes familiares son muy humildes. ¿A qué edad comenzó a trabajar?–Mi padre murió a los seis meses de nacer y mi madre hizo las veces de papá y mamá. Ella era vendedora en la plaza del mercado y a mí me tocó trabajar desde los siete años vendiendo periódicos, revistas, haciendo mercado, mandados o lo que saliera. No eran trabajos muy pesados, pero desde entonces no he parado de trabajar. Y hasta ahora. –¿Tuvo una infancia feliz?–Sinceramente, no muy feliz. Es complicado que una infancia en que los niños tengan que trabajar y a veces pasar hambre sea una etapa feliz. Tuve una infancia dura. No conocí lo que eran unas vacaciones o descansar. Una infancia llena de necesidades en la casa, muy pobre. Las vacaciones las dedicábamos a pasear o a ir a bañarnos al río. Por eso, uno tiene que trabajar por el presente de los niños. Para que tengan educación, salud, alimentación y afecto. Para que tengan presente. Con los niños hay que hablar siempre del presente. Mañana son adultos.–¿Se ha vencido la desigualdad que le tocó vivir?–Creo que sí. Para empezar, ha habido avances muy importantes en la lucha contra la violencia: contra el narcotráfico, los paramilitares y la guerrilla. Ha habido un esfuerzo muy grande del Gobierno nacional y de los regionales y locales por disminuir la miseria. Además de la Política de Seguridad Democrática, Uribe ha hecho mucho en materia social. Pese a todo, somos conscientes de que todavía el desempleo, la desigualdad y la pobreza siguen siendo altas. Ése es un reto para el Gobierno que encabezará Juan Manuel Santos: crear empleo con salarios dignos y disminuir la miseria.–Como dirigente sindical se habrá enfrentado a las grandes familias de Colombia...–Siempre traté de luchar por el bienestar de los trabajadores, pero desde el diálogo social con los empresarios y el Gobierno. Procurando crear espacios de concertación y contribuir a unas relaciones laborales más fraternas sobre la base de que si al empresario le va bien, también les tiene que ir bien a los trabajadores. He trabajado en eso no sólo en mi etapa sindical, también en la Constituyente. Fui prácticamente el único ministro de Trabajo que nunca prohibió una huelga o una protesta. Y luego, cuando fui Gobernador del Valle del Cauca, puse en práctica un modelo de diálogo social entre los trabajadores, Gobierno y empresarios. Lo mismo que en mi último cargo como embajador de Colombia ante el Sistema de Naciones Unidas en Ginebra. Creo en el sindicalismo como institución de la Democracia, igual que creo que el sector empresarial es clave para el sistema democrático. –Hablaba de las grandes familias colombianas porque su jefe pertenece a una de ellas. ¿Se siente cómodo un hombre de izquierda como usted con un presidente liberal que se crió entre la élite?–Nuestro acuerdo es un pacto entre dos personas independientes. Conozco a Juan Manuel Santos desde el año 1997. Él es un hombre de centro. Coincidimos en el Ejecutivo de Pastrana los dos últimos años, él como ministro de Hacienda y yo de Trabajo. Somos dos personas con experiencia y conocimientos. En lo personal, tenemos una muy buena amistad. Somos conscientes de que tenemos orígenes ideológicos y sociales diferentes, pero tenemos claro que hay que lograr la unidad desde la diferencia. –Entre los desafíos que se ha impuesto figura que no se vuelvan a repetir los casos de «falsos positivos» (el asesinato de civiles para hacerlos pasar por guerrilleros y engordar las cifras de la ofensiva contra FARC y ELN). Por aclarar de una vez este asunto, ¿sabía o no el presidente Santos de esas ejecuciones durante su paso por Defensa?–Desde el mismo momento en que juntamos nuestras fuerzas, tomamos la decisión de que me encargaría de tres temas: Derechos Humanos, Agenda Social y las relaciones con los gobiernos locales. Si alguien está convencido de que hay que avanzar en la protección de los Derechos Humanos es Juan Manuel Santos. En todos los acuerdos internacionales que firmamos hemos incluido una cláusula que garantiza el respeto integral a los Derechos Humanos, laborales y ambientales. Vamos a consolidar la política de que la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico va a respetar esos derechos.–Disculpe que insista, ¿era una política de Estado promovida desde el Gobierno?–Hace más de 20 años que venían sucediendo extralimitaciones de algunos militares, aunque no como política de Estado. El mérito de Uribe y Santos, como ministro de Defensa, es haber sido receptivos a las denuncias de personas, instituciones y de la comunidad internacional, y haber puesto el pecho a la brisa, como decimos por aquí. Se depuraron responsabilidades y se denunciaron los hechos públicamente con sanciones ejemplares. Además, Colombia pidió perdón a la comunidad internacional con el objetivo de que no vuelvan a repetirse estos hechos criminales. Yo le aseguro que ni fue política de Estado ni ha habido tibieza.–Uno de los escollos que frenan la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE UU es el asesinato de sindicalistas. ¿Garantiza el Gobierno de Santos la protección de los sindicalistas?–Se ha avanzado, pero aún hay asesinatos. La voluntad de Santos y de su vicepresidente es proteger el sindicalismo y condenar cualquier acto que atente contra las libertades. Hay que proteger la actividad sindical. –Los sindicatos colombianos recelan del TLC con EE UU.–Precisamente éste y los demás tratados garantizan los derechos laborales básicos. El TLC abre enormes posibilidades para la generación de empleos, además de salarios dignos y mayor protección laboral.–Usted sostiene que EE UU le debe a Colombia firmar el TLC. ¿Por qué?–Lo que he dicho es que el Congreso de Estados Unidos está en deuda moral con el pueblo colombiano porque si algún país ha sido ejemplar y ha puesto grandes sacrificios en vidas humanas en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico es Colombia. De verdad creo que el reconocimiento a este heroísmo del pueblo y del Estado colombianos es la aprobación del TLC. Es lo menos que pueden hacer.–Se ha desactivado un intento de atentado de narcoguerrilla de las FARC contra Santos. Resulta paradójico que un hombre de izquierdas como usted sea ahora el «número dos» entre sus objetivos sólo por servir a su país. –Son acciones desesperadas. El principal enemigo de un proyecto de izquierdas en Colombia es la guerrilla. Cualquier postura de izquierda en el mundo, que respete la Democracia, tiene que ser contraria al terrorismo, el narcotráfico y también a la violencia. «Mi mujer, catalana, es mi centro, derecha e izquierda»La vida de Angelino Garzón es una prueba de superación. Si algún compinche en el Club Campestre de Cali (refugio de la élite caleña y donde Garzón trabajó en su juventud) le hubiera dicho que algún día llegaría a la cima, a la Vicepresidencia de Colombia, ambos se hubieran reído a carcajadas. En la Siderúrgica del Pacífico, también en Cali, comenzó su andadura sindical hasta que en 1990 dejó la Secretaría General de la Central Unitaria de Trabajadores, el sindicato mayoritario en Colombia, creado en 1986 y que desde entonces se ha dejado a 4.000 afiliados asesinados. Elegido en el 90 por la izquierdista Alianza Democrática, el brazo político de los ex guerrilleros del M-19, formó parte de la Constituyente que redactó la Carta Magna de 1991. Luego, se convirtió en el ministro más popular del Ejecutivo de Pastrana al frente de la cartera de Trabajo. Católico a ultranza, está casado con Montserrat Muñoz, catalana «de Barcelona», que le ha acompañado en los últimos 30 años de actividad frenética. «Es mi mejor consejera. Ella hace de izquierda, centro y derecha. Es mi mejor amiga. Ha sido decisiva en mi vida. Después de tanto tiempo, debe ser que los colombianos somos llevaderos».
✕
Accede a tu cuenta para comentar