Literatura

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OPINIÓN: Andrés Fisher

La Razón
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S e suele leer poesía casi al mismo ritmo que se la olvida. Es muy difícil acabar un poemario y que haya unas cuantas palabras, algún verso esporádico, que verdaderamente te haya «quemado» y pase a formar parte del bagaje vital de cada uno. Más complicado todavía es que los diferentes textos se alejen de las fórmulas fáciles, del descripcionismo más ramplón y de las construcciones manidas hasta la náusea para singularizarse a través de una serie de matices, de pequeñas operaciones de microcirugía que poseen, sin embargo, la capacidad de transformar al más resistente de los cuerpos. Pero, de vez en cuando, las excepciones a la regla existen. Una evidencia de esto es el volumen firmado por Andrés Fisher que, bajo el título de «Series. Poesía reunida», ha sido editado recientemente por Amargord Ediciones.

La poesía de Fisher, articulada mediante una sucesión abrupta, seca, de aforismos poéticos, se revela como una de las delimitaciones estilísticas más interesantes. Su pasmosa economía de medios a la hora de fijar una experiencia dada, la casi cinematográfica utilización de la elipsis, convierten sus composiciones en conseguidos ejercicios de sustracción, en virtud de los cuales el lector llega a ser consciente de que hay renglones, anotaciones, que le han sido arrebatados sin mayor explicación que la voluntad del autor de entregar una escritura reducida a su reglamento básico.

Lo paradójico es que estas zonas en sombra contrastan con la obsesiva precisión con la que Fisher recrea cada escena. La recurrencia a las figuras geométricas cuando se trata de describir paisajes, situaciones urbanas o imágenes íntimas convierten su obra en el más sugerente exponente de una ciencia poética exacta, de rigor matemático, que no deja de conmover página tras página.