Huesca

Con lupa por favor

La minuciosidad y la obsesión por la perfección revaloriza las colecciones de Helbig, Locking y Laguna en Cibeles

Con lupa por favor
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¡Una lupa, por favor! A Teresa Helbig no se le puede valorar sólo con los 45 segundos que dura el pase-pose de Cibeles. El trabajo impagable de sus vestidos joya con miles de piedras y cristales dejan embobado. «Nos hemos atrevido a "peletear"con el cuero», dice humilde, cuando podría mirar por encima del hombro a más de uno. Y de dos. Pero ella no lo hace. Entre otras cosas, porque no tiene tiempo. Todo lo invierte con su equipo, madre incluida, para dar a luz –un parto duro– escamas, cóctel de cosidos tira a tira, miniplisados de papiroflexia o plumas deshilachadas para engañar al ojo como si fueran zorro.

«Mucho mimo», asegura como secreto en este ejercicio de no dar puntada sin hilo. Es lo que hace que merezca la pena pagar lo que sea por ella. Es única y no hay Zara que la copie. Y es que el maridaje entre vocación y artesanía se plantean el secreto para que las pymes con arte que desfilaron ayer puedan superar los envites del consumo, que está más bajo cero que el termómetro de Huesca. Quien no tome nota de este consejo de la Helbig, está muerto. Como algunos de los que ayer quedaron en evidencia en la pasarela.

No es el caso de David Delfin, que después de vivir con la soga al cuello y cerrar la tienda, ha tomado nota. Lo suyo era de psiquiátrico, como el impecable «look» de su primer modelo-enfermero que saltó en pasarela. El talento nunca le abandonó, pero, nene, esto, además de arte, es un negocio cruel. Sin la palabra cruel: negocio. Y punto. De ahí el «menos Fuencarral, más lady» de ayer para crear una colección «absolutamente» comercial. Él lo reconoce. «He incluido reflectantes, porque pensaba en la visibilidad, tanto dentro como fuera de España», comentaba junto a una falda donde mezclaba un tejido técnico con mutón hecha mano a mano con Benarroch. De lo mejor, junto al gofrado de pantera en azul marino de un traje para hombre impecable.

Entre locos y marcianos
Y si la locura de Delfin siempre gusta, lo de Ana Locking es de otra galaxia. «Soy un poco marciana», admite. Pues toca pedir permiso de residencia en su planeta. Todas y cada una de las salidas merecerían ser descritas y vistas también en cámara lenta: el delicado estampado de dálmata, los vestidos interminables art-decó, la falda escocesa con esa complicada caída trasera, el cinturón de latón dorado que da forma a un abrigo, su reinvención del esmóquin, el «look» charlestón en degradé elaborado con flecos de lana con lúrex… Hasta los claveles de látex de sus «gentleman», la mejor colección de hombre de esta edición.

Otro que entra en la terna de obsesión y perfección recompensada es Hannibal Laguna. Y eso que conceptualmente está en las antípodas de los anteriores. Sus morenas a lo Romero de Torres levantan aplausos. Merecidos. Si aquél pintó a la mujer en plena faena, éste se la lleva a la alfombra roja de azabache, con volantes de todo tipo y manga larga de encaje. Ora vestidos sirena, ora cóctel abullonado. Hasta tres capas conforman sus vestidos: una de chantilly, otra de gasa de garza y una tercera de bordados con lentejuelas. Lo juntan todo como las recetas de José Andrés y utilizan un soplete de cocina. ¿El resultado? «Me he cargado dos vestidos», bromea Hannibal. En serio, el efecto oro envejecido que consigue, vale la pena el derroche. Como los más de 300.000 euros que se dejaron los Suárez para la puesta de largo de Aristocrazy. Es la primera vez que unas joyas se cuelan por sí mismas en Cibeles. Pero quizá los zafiros verdes y los topacios no son para desfilar, sino para la vitrina. O para «Noche de fiesta», que por algo estaba Juncal Rivero.

En familia, como los Suárez, se lo trabajan Kina Fernández y su hija. A ellas les ha tocado apretarse el cinturón, pero no se les ha torcido la aguja. Todo lo contrario. La supervivencia las ha hecho más fuertes en tejidos de invierno. Lo rústico y lo urbano se mezclan en unos estilismos prácticos para conformar pantalones de gales de talle alto de diario, faldas largas con originales mezclas de plisados, vestidos de días con collage de tonos maquillaje y, para la noche. largas túnicas anudadas. Mención especial a la capa en vino que juega a ser un abrigo. Eso sin olvidar el poncho batamanta del que podría aprender, por ejemplo, Montesinos. Ojalá este desfile más que digno le devuelva la sonrisa a Kina y se traduzca en ventas.

Ion Fiz no debe tener amigos. Porque alguien que te quiere te aconsejaría no desfilar con los pingajos efectistas que acumuló sobre las modelos: tejidos superpuestos sin tino, prendas mal cosidas que tiraban en un dobladillo sí y otro también, un vestido de novia sucio... Un fiasco para su décimo aniversario en la pasarela. Como Juana Martín. A las chaquetas y faldas, que no estaban mal de corte ni tejido, las salpicó de unas «perlas» gigantes que más bien parecían pelotas de ping-pong. Ofensivo su homenaje a Jacky Kennedy, salvo que quisiera retratarla de resaca y trasnochada. Uno pide una lupa para ver a la Helbig, y pasa lo que pasa. Deja al resto en evidencia.


Lo mejor del día: un trío que arrasa «Absolutamente»
La última modelo sale de la pasarela. Como es habitual en los desfiles de David Delfin, se escucha una canción de Fangoria. «Absolutamente». Pero, de repente, y antes del carrusel final, aparecen en cadena Bimba, Mario Vaquerizo y Alaska, enfundados de la colección. Impecables. El trío entona, mueven peluquitas, tibia y peroné. Secundan desde el «front row» Miguel Bosé –con un corte de pelo de díficil descripción–, Carmen Lomana, Elena Benarroch les secunda. ¿Alguien le puede decir que no se puede ir sin mechas y como a la compra a Cibeles? Puntas sin sanear aparte, el espectáculo levanta al públco. Aquello se convierte en un «after hour» a la hora del aperitivo. Jugada mediática maestra.