Ferias taurinas
Tablas para las figuras en «Sanse»
Empate de las figuras en la cuarta de San Sebastián de los Reyes. Tres orejas tres por cabeza sumaron El Juli, Sebastian Castella y José María Manzanares de un sobresaliente encierro de Victoriano del Río tan noble como discreto de presentación.
El Juli cortó una oreja a ley del colorao que abrió plaza, astado muy noble, al que cuajó desde el saludo capotero a la verónica. Quitó por cordobinas. Atornilladas las zapatillas al albero inició la faena a pies juntos con la derecha. Hierático. Mano baja y despaciosidad fueron los dos pilares de su obra. Acortó la distancia y apostó por los circulares. Uno, invertido, larguísimo. Casi 720 grados de pase. Otro, alargado con el cambio de mano, soberbio. Acertó con la tizona y cobró una oreja.
Los mismos mimbres sirvieron para el cuarto. Toro bravo al que bajó más todavía la mano. ¿Era posible bajarla más? Vaya que sí. El animal, al que pidió la vuelta al ruedo el propio torero, hizo el avión una y otra vez ante un Juli que giró y giró sin perder pasos. Como si bailara un chotis. Hocico arrastrado por la arena en lances profundos. De mucha hondura. Sacó el cañón, estocada arriba tirándose sobre el morrillo.
Un susto tremendo prologó la tarde de Castella. El de Beziers fue arrollado de fea manera en los de recibo al segundo. Derrote seco y voltereta. Por suerte, tan sólo lo encunó. El astado no tenía mucho motor y Castella se puso a torear desde el primer pase. Dos series por la derecha le duró. Lo demás, un festival de circulares, martinetes y arrimones que, unido a una estocada caída, bastaron para cortar un apéndice.
Con sus dos compañeros ya a hombros, Castella puso toda la carne en el asador en el quinto. Y de nuevo, le costó cobrar. Otro revolcón y una fuerte paliza tras ser prendido con la pañosa. Se quitó la chaquetilla, pidió que se reanudara la música y siguió como si nada. Buena faena, con el añadido de la emoción como sazonador principal.
Manzanares bordó el toreo en redondo ante el buen tercero. Ensillado de nota que templó a las mil maravillas en un trasteo casi íntegro en redondo. Cargó la suerte y tiró del animal, repetidor, con gran técnica. Toques y más toques para encauzar el buen son del toro. El temple, marca de la casa. Ni un enganchón. Mató recibiendo a la primera, eso sí, la espada algo desprendida.
Acompasó, poderoso, la descompuesta y corta embestida del que cerró plaza, que buscaba los tobillos, pero Manzanares logró robarle los suficientes pases para sumar un tercer apéndice como sus compañeros.
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