Estados Unidos
New Deal 20
Si alguien preguntara ahora a los ciudadanos norteamericanos las posibilidades que tiene Barack Obama de ser reelegido presidente tres cuartas partes señalarían que ni la más mínima. La razón fundamental para semejante aserto no es –como indican algunos desinformados sectarios– que se le considere un musulmán secreto, que no esté claro que posee la nacionalidad norteamericana, que se piense que odia a su nación o que tenga un color de piel no precisamente nórdico. En términos generales, la mayoría de los norteamericanos no creen en la veracidad de esos supuestos o, por lo menos, no les importan especialmente. A decir verdad, lo que más influye en el ánimo del ciudadano medio es la convicción de que Obama no está manejando bien una crisis económica que pueda acabar convirtiéndose en una vertiginosa uve doble y que, sobre todo, está llevando a cabo una política de gasto público que puede endeudar a generaciones. La situación resulta tan poco favorable para el actual inquilino de la Casa Blanca que hay incluso un sector del partido demócrata que aboga por sugerirle que no se presente a la reelección y deje el camino expedito a Hillary Clinton que ésa sí que tendría alguna posibilidad tendría de alcanzar la presidencia. Sin embargo, como pasa con ZP o con Rajoy, una cosa es lo que dicen las encuestas y otra lo que tiene en su interior cada personaje en cuestión. De momento, Obama se ha descolgado anunciando en el día del trabajo –el 7 de septiembre en Estados Unidos– más gasto público y bautizando este plan E de las barras y las estrellas con la etiqueta del New Deal rooseveltiano. Para los que saben de Historia de los Estados Unidos tan sólo lo que ha contado Hollywood y además se creen lo de la bondad de las recetas keynesianas la noticia puede parecer halagüeña. Por el contrario, para los que conocen la verdad, es casi el anuncio del Apocalipsis. La crisis de 1929 podría haberse acabado en un par de años –como otras que la precedieron– si tan sólo se hubiera dejado actuar al mercado. Lamentablemente, el presidente Hoover decidió aplicar recetas keynesianas y de esa manera impidió una salida normal y rápida de la crisis. Claro que luego llegó Roosevelt y la cosa todavía empeoró más con el New Deal que tanto gusta de rememorar Obama. Basta examinar las variables macroeconómicas de los años treinta y cuarenta para percatarse de que Estados Unidos pudo salir de la crisis una y otra y otra vez, pero en cada ocasión Roosevelt intervenía más en la economía y aumentaba el gasto público con lo que la pésima situación se prolongaba. Naturalmente, los actores y autores de teatro subvencionados, los sindicatos y los receptores de ayudas gubernamentales estaban punto menos que encantados con las medidas de Roosevelt, pero la nación sólo conseguía endeudarse. Al fin y a la postre, los Estados Unidos sólo consiguieron emerger de la Gran Depresión en 1946, es decir, tras proclamarse vencedores en la Segunda guerra mundial, lanzar dos bombas atómicas sobre Japón y regresar a una economía no intervenida. En otras palabras, si Obama sigue por el camino que lleva tan sólo logrará – como ZP en España– alejar la salida de la crisis y en los momentos que vivimos ¿quién va a convencer a los japoneses para que vuelvan a bombardear Pearl Harbor?
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