París
Los violines del Holocausto están «vivos» y dan conciertos
Un luthier restaura hasta 26 violines recuperados de campos de concentración. Se utilizaban para transmitir esperanza y su música acompañaba a los que iban a morir en la cámara de gas. A pesar del deterioro, ha conseguido que vuelvan a dar conciertos
La infancia de Amnon Weinstein tuvo como banda sonora la vibración de los violines al ser afinados. Hijo de un luthier judío emigrado desde Lituania antes de la Segunda Guerra Mundial, Amnon creció con la fortuna de haber esquivado el Holocausto, pero con el peso de saber que el resto de su familia, tanto materna como paterna, murió en los campos de concentración.
Amnon encontró su manera de materializar esta carga de la historia ya pasados los 50 años, cuando le convencieron para que restaurara los deteriorados violines encontrados entre los restos de los campos de exterminio. Desde mediados de los 90 los busca, los exhuma, los restaura y resucita la voz de los desaparecidos cuando hace que vuelvan a sonar. Es su peculiar forma de impartir justicia con los millones de inocentes a quienes hicieron callar para siempre. Hoy en día, Weinstein es el alma mater del proyecto «Violines de la Esperanza» una suerte de orquesta capitaneada por el israelí Shlomo Mintz, que excepcionalmente resucita estos violines en conciertos selectos devolviendo la voz a través de la música, el único resquicio que no se exterminó.
Una historia personal
Si cualquier historia del Holocausto logra poner los pelos de punta, lo ocurrido en Vilna (Lituania), de donde era oriunda la familia Weinstein, no lo es menos. A Vilna los alemanes llegaron a principios de 1941 y sólo tardaron unos meses «en comenzar a matar judíos», recuerda el luthier. Los llevaban en trenes hasta un bosque escampado y los mataban a tiros.
En un día llegaron a matar a 14.000 personas y las SS alemanas se jactaban de matar a dos judíos con una sola bala. Fue así como la Vilna de antes de la guerra –una ciudad de paisajes líricos que invitaban a darse a los sentidos, ya fuera a la poesía o a la música– se convirtió en un lugar de muerte. Murieron más de 100.000 personas y sólo es una estampa más de los múltiples escenarios del horror del Holocausto, un genocidio con seis millones de víctimas.
Entre ellas toda la familia de Weinstein. «Mi hermana hizo recuento y unos 380 familiares murieron. De los 11 hermanos de mi padre, sólo sobrevivió él». (El luthier Moshe, padre de Amnon, había emigrado poco antes de la guerra a las tierras que luego fueron el Estado de Israel).
La obsesión de Amnon Weinstein por los violines testigos del horror comienza por casualidad cuando en 1993 recibe en su taller la visita de un estudiante alemán interesado en aprender el oficio de luthier. «Durante los dos años que estuvo allí intentó convencerme de que diera una charla sobre los violines y el Holocausto. Pero tocar este tema era difícil. Después de dos años, dije que sí y accedí a dar una conferencia en Dresde durante dos horas y media con 250 diapositivas. Nadie dijo nada hasta medianoche, estaban en shock». Y es que el melancólico sonido del violín está íntimamente unido a la barbarie de la Segunda Guerra Mundial. «Un violín son 250 gramos de madera, ligero, frágil y hermoso en sí mismo. No hay un instrumento más judío que un violín», dice.
Gracias a él, algunos consiguieron salvase del genocidio, hasta un centenar de virtuosos que fueron reclutados para la Orquesta Filarmónica Israelí (originalmente llamada Orquesta de Palestina), fundada en 1936 por el violinista Huberman y el maestro Toscanini. Por entonces, aún nadie pensaba en un exterminio, pero empezaba a preocupar las intenciones y el comportamiento de Hitler. Pero más allá de los talentosos, había miles de violinistas judíos, «se dice que era nuestro segundo oficio», afirma el luthier. «No todos profesionales, muchos amateurs. No se puede decir el número», pero sí que las cajas de empaque negro que contenían los instrumentos fueron sus únicos acompañantes hasta los campos de exterminio. ¿Por qué? Los violines fueron la excusa, «la coartada», cuenta Weinstein. El sonido de la música daba esperanza, trasmitía una especie de «nada puede ocurrir todavía».
Los alemanes necesitaban a los músicos, era su forma de camuflaje, su engaño a las víctimas. En los campos de trabajo se formaban orquestas, los músicos acompañaban a las cuadrillas de inocentes que cada día marchaban hacia la cámara de gas. «Los violines fueron utilizados para transmitir esperanza». De hecho, los violinistas fueron los últimos supervivientes. La charla que ofreció Weinstein en Alemania y que impactó a la platea encendió en el luthier la curiosidad por encontrar y devolver a la vida los instrumentos que habían sido el hilo musical de la esperanza de los familiares fallecidos. «Empecé a buscar historias, fui a un programa de ‘‘late night'' y logré una tras otra. Desde entonces soy responsable (porque no me pertenecen) de 26 violines ligados al Holocausto. Todos con horribles historias».
Una persona detrás
La restauración de cada violín ha sido especial para este hombre, de aspecto rudo, directo, pero amable. En cada instrumento, Amnon Wenstein ha dejado una parte de su vida. «Cada uno de estos dos», nos cuenta señalando dos piezas de la colección, «me costó un año y medio repararlas porque llegaron en muy mala condición». Y luego, el resto, «tres, cuatro, seis meses... todo depende de su estado». Explica que el simple hecho de haber estado en un campo de concentración indica una antigüedad considerable y a ella hay que sumar el estado de conservación.
Por ejemplo, muchos fueron quemados en el día de la liberación. En otros destaca marcada la estrella de David. Es un simple indicativo de que fueron fabricados para un músico judío, «pero en Auschwitz también tocaban violines normales». Y detrás de cada uno, infinidad de historias, como la del violín que perteneció a un niño judío rescatado por los partisanos en un bosque de Bielorrusia. «Era un prodigio tocando, así que le camuflaron con una familia de granjeros y comenzó a tocar en la cantina de los alemanes. El comandante del grupo de partisanos, trazó un plan para él y el chaval, de unos 13 años; distraídamente introducía dinamita en los distintos rincones cada vez que entraba en la cantina. Consiguieron volar el recinto causando 200 víctimas». Posteriormente, el chico murió en una emboscada, pero el violín llegó a un amigo de Weinstein.
Que no pare la música
«Ha sido muy difícil hacerlo. Como profesional un violín es un violín. Tienen historia en sí mismos. Para que vuelvan a funcionar necesitas doble o triple trabajo». A Weinstein le ofende la pregunta de si los vendería: «No, no te puedes vender a ti mismo». Por ponerles un precio aproximado, estima que sólo en su tiempo el precio oscilaría entre los 8.000 dólares el más barato y los 20.000 el más caro.
«Si tienes los violines, ¿por qué no organizas un concierto?», le sugirió un amigo. El primero fue en Estambul; el mayor se hizo en París en 2007; luego, Jerusalén, en 2008, para más de 4.000 personas y en septiembre de este año se ofreció uno en el festival de música de Sion. El que estaba previsto en Madrid se suspendió. «Nunca pensé que esto se haría tan grande, pero un amigo francés me dijo: «Amnon, esto va a ser una bola de nieve. Y tenía razón». ¿Hasta dónde alcanzará? «No se puede hacer más grande... tengo que trabajar», dice Weinstein.
ANTE TODO, DEBEN SONAR
Polvo, barniz, pinceles y olor a serrín para el taller del luthier, en un sótano que no concuerda con el exterior, los modernos edificios Bau-Haus de Tel Aviv. El mismo lugar al que el violinista Schlomo Mintz entró con cuatro años. De cliente a amigo. Los lazos entre Mintz y los Weinstein se estrecharon hace década y media con la búsqueda y restauración. Ahora, Mintz capitanea a los músicos y acudió a Auschwitz a hacerlos sonar. «Un museo de violines es muerte. Los violines son el altavoz de esta gente de la que apenas conservamos fotos».
✕
Accede a tu cuenta para comentar