Literatura
Mercedes Domínguez y María Martín ganadoras de «Pasaporte a la creatividad»
Un viaje por el desierto del Kalahari y la ilusión de viajar a través de los libros son las narracionesvencedoras de la séptima edición del concurso de relatos de viajes del suplemento VD
«El cielo de Namibia». Mercedes Domínguez
No recuerdo en qué momento mi mente, sin previa consulta, ordenó que cambiara mis pasos dirigiéndolos hacia el parque y no a casa.
No voy a hacer nada, absolutamente nada, y saberlo me provoca una sensación de poderío importante. Supongo que he dado vueltas, he tocado la hierba, he mirado, aunque no he visto.
No he parado hasta darme cuenta de que estoy sentada en una postura que he practicado algunas veces en el gimnasio, cuando decido jugar a hacer yoga. Es cómoda.
Ya me voy haciendo poco a poco con los mandos y soy consciente del ruido de los coches rodando próximos. De los niños, gritando mientras juegan. De una música conocida que sale de un bar.
Levanto la cabeza y veo el cielo limpio, con ese azul tan especial que tiene para mí el cielo de Madrid. Se está poniendo la tarde, con el azul se abraza a los reflejos dorados y algunos pequeños estratos blancos juegan con el sol que, ya cansado, se está marchando. En ese momento aún me gusta más este cielo.
Mi memoria se ha parado en otros cielos que tiene guardados en su caja de recuerdos. Está rebuscando, saca y mete cielos dorados. Atardeceres y amaneceres desde la ventana de un avión. Desde una falúa en el Nilo. Se ha parado y creo que ya ha encontrado su recuerdo.
Sí, lo ha encontrado y la hierba sobre la que estoy sentada se hunde como si fuera arena.
Arena suave y dorada. Arena como la duna que también elegí en el desierto del Kalahari en Namibia, el país que tiene nombre de mujer que abraza, que besa. El país con nombre de mujer dulce. Vi la duna mientras caminábamos por el desierto. Tenía que ser aquélla y no otra. Era desde allí que yo quería despedir el día, decir adiós al sol y esperar a decirle hola a la luna.
Revivo mi excitación por haber conseguido la libertad del grupo para ir al silencio y la luz, casi corría. Tenía que llegar antes de que el sol se escondiera. Tenía que llegar a tiempo de sentarme, cruzar las piernas y esperar a que mi cuerpo y mi mente se fueran sintiendo tan libres que provocaran esa humedad conocida en los ojos y que se parecen tanto a la paz.
He abierto los ojos, en mi parque también han cambiado los colores y el azul es diferente, está cayendo la tarde y pronto será de noche.
Hay silencio. En este viaje he tardado menos tiempo en volver. En este trayecto del Kalahari a mi parque de Berlín he invertido menos, pero, igual que hace tres años, he regresado con una sonrisa a casa.
«Ella viajaba a su manera»María Martín
No conozco persona que haya viajado tanto, y tan cómodamente, como mi madre. A sus noventa y muchos años, con las fuerzas ya flojas por esas «cositas» que producen la edad, su curiosidad intenta arrastrarla a recorrer mundo, su afición preferida.
Cuando un hijo, nieto, amigo, vecino o bicho viviente le relata lo maravilloso de ese viaje realizado, o a punto de realizar, allá que va ella a descubrir lugares cercanos o recónditos, saltando de un continente a otro, despejada de toda pereza, ligera de equipaje, y con «sobrepeso» de ilusión.
Nada la amedrenta, ni siquiera su economía que la tuvo precaria y así la mantiene, eso sí, ¡con dignidad!
Nunca se quejó, pero casi un siglo a sus espaldas algún daño le habrá proporcionado.
Unas navidades nos anunció un viaje sorpresa, y bien que nos sorprendió. «Soy paje de los Reyes Magos». Voy a ir con ellos en la cabalgata para acercarme a los niños e impregnarles de ilusión e imaginación... Les insistiré en que la guarden en un rinconcito y, cuando pierdan la inocencia, que seguro la acabarán perdiendo, se acerquen a aquello que una tarde, en una cabalgata, un paje iluso les trasmitió y que se alimenten de esa ilusión e imaginación todos los días de su vida.
Cualquier lugar despierta su interés, a pesar de que sus vetustos ojos ya visten visillos tupidos, que tanto dificultan contemplar el paisaje. Su mente, algo confundida, la lleva de un lugar a otro, casi siempre con el rumbo cambiado, y su viejo atlas y geografía, ¡ay, esos viejos libros de hojas afiladas, por tanto como viajó por ellos! Le tuercen renglones, paseándola por caminos equívocos que, afortunadamente, no detecta.
Con libros e imaginación ha llegado a tierras que sus pies nunca pisaron. A lugares que ni olió ni degustó. Pero ha viajado, a su manera, desde su mesa camilla, santuario de encuentros, de tertulias dilatadas al abrigo de sus faldas, perfumadas con aromas de café que, con sonrisa picarona, decía haber comprado en uno de sus múltiples viajes, esos viajes que todavía pretende realizar, a través de las páginas que desliza entre sus manos, temblorosas, aferradas a ese mundo del que tanto aprendió.
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