Afganistán

Javier Bardem al que echo de menos

La Razón
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Un «NO» a la guerra es menos «no» si no está detrás Javier Bardem y los corifeos habituales, la comparsa de los de la «Ceja depilada», como las tildaba con su gracejo habitual el maestro Ussía en este periódico hace un par de semanas.

Qué quieren que les diga: desde que nuestro segundo actor más internacional (el primero para mí es Antonio Banderas, un socialista coherente con su nueva vida), se ha hecho americano, ha sentido la llamada del Tío Sam, que le ha curado la ceguera, se ha instalado con su familia en las tierras del país más imperialista y poderoso de la tierra, ha tenido allí a su hijo (despreciando nuestra Sanidad Pública o Privada), las guerras son otra cosa. Así lo ha entendido el presidente del Gobierno, otrora pacifista confeso, que vio en Irak (misión absolutamente de paz de las tropas españolas) algo diferente a lo que ocurre en Afganistán y a lo de Libia (donde los cazas españoles pueden disparar a matar).


Tribuna de invitados
No sé dónde quedan los vociferantes de ese grito terrible «asesino» con el que calificaron al hasta ahora mejor presidente de la democracia española posfranquista. El martes 22, cuando se pidió al Congreso la autorización para la operación bélica de Libia, en la Tribuna de Invitados solo había media docena de personas, algunas de la edad de Pilar Bardem (por cierto, ¿dónde estará?), y ninguna era ni famosa ni de la ceja depilada.

Esa ausencia de pancarteros se debe a que don José Blanco ha explicado que lo de Afganistán y lo de Libia es bueno, porque lo apoya el PSOE, y lo de «Iraz» (él no pronuncia esa «k») es malo, porque lo apoyó José María Aznar. Lo dicho, que echo de menos a Javier Bardem, con pancarta incluida.