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«Julio César»: Sangre joven

Autor: W. Shakespeare. Versión: F. Sansegundo. Dirección: F. Vidal. Escenografía y vestuario: S. de Marta. Reparto: F. Escudero, F. Sansegundo, F. Fernández, R. Prados, D. Villanueva, J. Gómez, J. M. Ureta, C. Serrat. Teatro Galileo. Madrid.

Casio, Casca, Bruto y Decio, a punto de matar a César en los idus de marzo
Casio, Casca, Bruto y Decio, a punto de matar a César en los idus de marzolarazon

Tener en cartel «Julio César» es de por sí un placer, independientemente de su factura. Inolvidable es el gran duelo de oratoria que cierra el tercer acto, tras la muerte de César, en el que Marco Antonio le da una gran lección a Bruto: ante la masa, siempre hay que hablar el último; o antes de eso, las cuidadas elegías del fiel Antonio ante el cadáver de su mentor, auténtica lección de «realpolitik». El dilema que plantea Shakespeare es apasionante: ¿es lícito el magnicidio de un gran hombre cuando un bien mayor está en peligro? La guerra civil que asola Roma después tiene momentos brillantes, aunque es casi otra obra, para quien firma algo inferior.
Hábil y veterano artesano, Francisco Vidal ha dirigido un «Julio César» con pocos medios, lo que se deja notar por momentos. Si bien esto hace aflorar también lo mejor del buen director de actores que es Vidal, quien reparte a su compañía en papeles diversos y suple las escenas de multitudes y batallas con una puesta en escena inteligente: voces lejanas, uso de los pasillos y sugestión con recursos coreográficos y danzas marciales que recuerdan la «haka» de los neozelandeses. Pero, sobre todo, Vidal extrae lo mejor de un reparto joven apoyado en una versión fiel, limpia y sin pretensiones absurdas que firma Fernando Sansegundo, quien da vida a un estupendo Casio, un papel que le va como anillo al dedo. Muy juvenil es el Bruto de Fernando Escudero, pero se descubre a un actor con brío y talento, al que no le faltan matices, aunque deba trabajar más los ritmos: hay sangre teatral en él, pero se apresura en líneas que requieren otro tempo. Convence la Calpurnia –también Porcia, le tocan las dos mujeres– de una digna Candela Serrat. El otro gran protagonista de la función, Fran Fernández, pasa con nota el examen de medirse a Shakespeare. Si su físico poderoso hace temer un bruto, con minúscula, en vez de un Marco Antonio, enseguida demuestra que es un guerrero, del cuerpo y la palabra, dominando ambas con emociones trabajadas.

Su lado más duro
Adecuadamente lánguido y de triste figura es el César de Juanma Gómez, que sabe imprimirle carácter en la escena en que el dictador muestra su lado más duro. Bien también José María Ureta, con un Casca jocoso y convincente, y en general todos, como Raúl Prados –mejor su Octavio que su Cinna– y David Villanueva –hay también actor a juzgar por su interesante Decio–. La de Vidal y Sansegundo no será la versión del Barbican, pero supone un interesante reencuentro con un gran texto.