Benedicto XVI

La Iglesia es joven

La Razón
La RazónLa Razón

Estábamos acostumbrándonos y hasta habíamos empezado a creérnoslo, a fuerza de estadísticas del CIS, de reiterados entresacados de encuestas voceados por algunos medios, que la Iglesia era cosa de viejos y sin futuro. Aunque es innegable que en determinada geografía religiosa de nuestro país y en sus templos predominan los mayores –como ocurre en su geografía humana–, la Iglesia es joven. Si no fuera así no hubiera sido posible celebrar la JMJ, de la que hemos sido testigos y en la que cientos de miles de jóvenes españoles se han volcado como participantes y voluntarios de una magnífica organización, también joven.

Se ha hecho visible la juventud católica que nutre las parroquias y colegios de las diócesis españolas; las de las asociaciones, cofradías y movimientos. Están ahí y se les ha visto de manera clara, activados y robustecidos por la gran representación de jóvenes católicos de todo el mundo que han venido a la JMJ. Ahora es necesario que, con una vigorosa pastoral juvenil, se aproveche el tirón de gracia que ha supuesto el evento. De esta tarea saldrán también numerosas vocaciones de entrega a Dios, como ocurre siempre cuando, contando con su gracia, se ponen los medios humanos y sobrenaturales necesarios. Después de lo contemplado en Cuatro Vientos y en Cibeles, ya no está en primer plano de la opinión pública como representativa de la juventud española la imagen de los «indignados» de Sol y mucho menos la minoría de los que han descubierto el rancio anticlericalismo y pretenden ponerlo en vanguardia a la sombra de las justas reivindicaciones sociales de muchos jóvenes y adultos.

La Iglesia se ha mostrado en Madrid joven, porque lo es siempre. «Así lo sentían los Padres conciliares» –recordó no hace mucho Benedicto XVI– cuando, al final del Vaticano II en su Mensaje a la Humanidad, presentan a la Iglesia en estos términos: «Rica de un largo pasado siempre vivo, y caminando para la perfección humana en el tiempo y para los destinos últimos de la historia y de la vida, ella es la verdadera juventud del mundo (…). Miradla y encontraréis en ella el rostro de Cristo». Dejando transparentar el rostro de Cristo, la Iglesia es la «juventud del mundo». Lo hemos comprobado estos días: éste es el secreto de su juventud.