Granada

Cuando la cárcel es la vida por Francisco Pérez Abellán

Cuando la cárcel es la vida por Francisco Pérez Abellán
Cuando la cárcel es la vida por Francisco Pérez Abellánlarazon

Miguel Montes Neiro tiene 61 años y ha pasado la mayor parte de su vida en prisión. No es el preso más peligroso de España, ni el más ladrón. Simplemente ha ido acumulando condenas en un sistema imperfecto y lleno de errores. Uno de los mayores errores es que, en un país donde los asesinos salen a los 15 O 16 años de cumplimiento, el recluso de menudeo se haya pasado 36 años a la sombra.

Montes Neiro logró que el anterior Gobierno le indultara, y lo hicieron de tal mal que no lograron ponerle en la calle, pese al agravio comparativo. El nuevo Gobierno ha tenido que hacer otros indultos y reconocimientos antes de abrirle la reja de la prisión de Albolote, Granada, donde estaba interno. Según los datos que nos han proporcionado, a lo largo de su vida penitenciaria ha empalmado cerca de treinta condenas judiciales. Ese récord señala un inmenso fracaso del sistema. En un país donde hay 78 prisiones, tantas como universidades, que están hasta reventar de reclusos, resulta que no saltan las alarmas cuando uno de los internos dobla el tiempo de cumplimiento y no mejora.

Las cárceles españolas no reinsertaron a El Vaquilla, ni al violador del Ensanche. Las cárceles españolas se han abierto para que salgan condenados con delitos de sangre e incluso para permisos de fin de semana de asesinos de niños que han vuelto a actuar una vez en libertad.

En el caso de Miguel Montes Neiro estamos ante un recluso que ha cometido delitos variados, ha protagonizado fugas y ha estado algún tiempo con la condicional. No sabemos lo que pasará, pero el preso ha salido por razones humanitarias: la primera la flagrante injusticia de que aquellos que han robado cien veces más lleven fuera muchos años, y algunos, incluso, dando charlas por televisión.

El ex recluso tiene un expediente de robos con violencia, falsificación de documentos, allanamiento de morada, intimidación, desorden público y quebrantamiento de condena. En cambio, Miguel Montes no tiene, como Luis Candelas, delitos de sangre. Sin embargo, a Candelas le dieron garrote vil por haber robado en la casa de la modista de la reina. Estaba pagando más que algunos terroristas, más que todos los ladrones y más que muchos asesinos. El balance es espeluznante.

Dos Gobiernos distintos han tenido que indultarle tres veces para paliar el descalzaperros,hasta extinguirle la pena pendiente, que era de 18 años y ciento veinticuatro días. Montes pretende instalarse en Málaga y dedicarse al negocio de la cerámica, que no es ningún palo del choriceo, sino de los talleres penitenciarios donde ha aprendido a hacer vasijas. Para el preso, la Justicia es lenta y no está coordinada. Pese a lo cual no puede negar que está libre y que eso le hace flipar.

Mirando atrás sin ira, ve lejano el año 1976, cuando le llevaron a la cárcel por primera vez. Desde entonces no ha tenido la oportunidad de labrarse un porvenir. La sociedad entera debería reflexionar sobre la función de las cárceles, los órganos carísimos de la jurisprudencia y el trato a los ciudadanos, que bajo la bandera de que entran en prisión para ser reinsertados salen bajo el escudo de la jubilación, castigados y exhaustos. Miguel Montes no lo ha hecho bien con la sociedad, puesto que ha delinquido, pero la sociedad tampoco lo ha hecho bien con él como recluso.