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Puentes de diálogo por Joaquín Marco

Muchos observan el proceso catalán como el humo que enmascara una gestión discutible, como todas, de CiU

La Razón
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Ya sabemos que las intervenciones reales en actos oficiales son previamente aprobadas o, por lo menos, consultadas al Gobierno. Éste ha advertido, pues, los temores (por no decir terrores) que han invadido este país, azotado con un desaforado paro que ha alcanzado el 25% de la población. De cada cuatro españoles hay uno que no encuentra un trabajo y en un millón de familias nadie en su seno dispone de uno. No es, pues, de extrañar que el Rey Juan Carlos declarara en su reciente viaje a la India: «Desde dentro dan ganas de llorar». Produce sonrojo la incapacidad para alterar esta progresiva caída en el pozo que promete proseguir el año próximo. Y ya no puede importar tanto si la pérdida de empleos o la sangría se produce en el sector público o en el privado. Más de dos millones de parados están al borde de la pobreza. Es, en efecto, para echarse a llorar o para seguir intentando descubrir la aún desconocida madre del cordero europeo. No es posible que observemos con indiferencia este ejército de sufridores –y cuantos están al límite de serlo– que nos acompaña día a día en la aventura de los recortes de la sociedad del bienestar y los apoyos ingentes a un sistema bancario que opera de un modo en el interior de España y de otro, en los negocios que posee en el exterior. El 36% de los parados se encuentra en riesgo de pobreza, intentando sobrevivir con menos de 613 euros mensuales. No puede ser que hasta algunos jueces se planteen, sin éxito, cómo detener la sangría de los desahucios, fruto de leyes bancarias que se remontan a los inicios del siglo XIX (aunque actualizadas en el 2000) y que se definan a sí mismas como recaudadoras de los bancos. Ésta debe ser la obsesión de nuestros políticos, empeñados en no entenderse o en declarar que no hay posibilidades de llegar a algún tipo de acuerdo. Sólo la política ordenada e imaginativa puede salvarnos.

Elegimos a unos representantes que han de sentir en carne viva este problema y no deso-rientar al personal en otras cuestiones que, a todas luces, han de resultar menores. Es natural que el Gobierno intente configurar la sociedad según sus criterios o los que lleguen de los países ricos del Norte que, por fortuna, no padecen esta plaga. Pero dos no se entienden si uno no quiere. No hay puentes de diálogo si el puente no dispone de, por lo menos, dos pilares que lo sostengan. Mientras el PSOE pone orden –y va a costarle lo suyo– en el interior de su formación, no puede ser que el PP no busque una colaboración que habrá de darse necesariamente y mejor que sea antes que después del rescate. Como en Cataluña. Muchos observan el proceso catalán como el humo que enmascara una gestión discutible, como todas, de CiU. Después de la Transición se tendieron puentes de diálogo entre, por ejemplo, intelectuales catalanes y otros de más allá del Ebro. Recuerdo haber participado en encuentros entre J.L López Aranguren, Tovar, Laín, Marías y otros, con algunos representantes de la intelectualidad catalana. Fueron los primeros tanteos para un reencuentro que culminaría en un imperfecto Estado Autonómico. Porque la política se asienta sobre algunas bases intelectuales o es mera politiquería. Se tendían puentes en ambas direcciones, porque antes de resolver los problemas hay que intentar identificarlos sin prejuicios. Un buen planteamiento puede acabar en una adecuada solución. Pero los puentes enlazan dos orillas y en alguna de ellas, si no en las dos, advertimos un enorme y dramático vacío. El problema no es tanto el independentismo catalán, que habrá que calibrar una vez pasadas las próximas elecciones y algún tiempo más. Cabe advertir, sin embargo, la enorme diferencia existente entre aquellos años de la transición con los de hoy. Se han producido cambios generacionales, se ha acentuado la diferencia entre el ruralismo y la macrocefalia urbana y se han sufrido profundas alteraciones ideológicas. En los años transcurridos se ha gozado de un bienestar progresivo que creímos indefinido.

Se cometieron errores de bulto y no faltan historiadores del pasado reciente que los diagnostican y tendrán que hacerlo también de los que ahora se cometen. Porque, como bien dijo Rajoy, anda en el lío. Pero si el problema fundamental, el del paro y el crecimiento económico –única posibilidad que se otea para salir de él paso a pasito–, tiene que ver con factores exteriores, el problema de Cataluña, del que se trataba ya en los siglos pasados, desde comienzos del XIX y aún antes, es una cuestión de diálogo, una necesidad de puentes. Se oyen tambores de que algunos intelectuales de las nuevas promociones de aquí y de allá o de allá y de aquí pretenden reemprender un diálogo intelectual también roto. Estos años de bonanza nos han permitido elucubrar, además de malgastar, sobre casi todo. Algunas cuestiones, sin embargo, hubieran debido respetarse: la enseñanza, también la superior, la investigación. Hubiéramos debido hacer lo imposible para que no se produjera esta emigración de técnicos y personal bien preparado hacia la otra Europa, Asia o América. Esta égida está siendo un drama. Ha faltado y siguen faltando diálogos, puentes claros, voluntad de entenderse. Ya lo estamos pagando también en la Sanidad pública. El gasto en ciencia ha retrocedido hasta 2002. Nada menos que una década.