Castilla y León

A Kiko Argüello

La Razón
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Dentro de unos días Madrid se llenará de jóvenes. Muchos serán hijos de las comunidades neocatecumenales, nacidas en los márgenes de la capital hace ya más de cuarenta años. Tú te pusiste entonces en marcha hacia donde nadie quería ir y de allí al mundo entero, siempre en compañía de cuantos han iniciado, como San Pablo, el nuevo camino.
Hoy son muchos los creyentes que han puesto en tus comunidades la esperanza de una primavera de la Iglesia y, como siempre que algo nuevo se anuncia, no somos pocos quienes recibimos el anuncio con inquietud porque toda primavera es siempre inquietud, despertar del letargo invernal. Y algunos de nosotros, en vísperas de la Jornada mundial de la juventud, echaremos de menos una palabra para cuantos, tal vez, no somos jóvenes ni católicos.
Comprendo que es muy difícil tomar la palabra sin una idea previa del interlocutor pues no hablamos de la misma manera con unos que con otros. Y, sin embargo, el interlocutor no coincide jamás con la idea que nos hacemos de él porque cambia, porque está siempre en camino, porque su misma vida es ya un camino. No hay joven bajo cuya piel no ardan ya viejos temores ni católico que, si lo es de verdad, no dude alguna vez de su fe.
Por eso necesitamos, querido Kiko, una Iglesia para jóvenes que, como enseña la regla benedictina, deben dormir entre los ancianos. Y una Iglesia para católicos que, como enseña la vida, deben vivir entre quienes no lo son. Necesitamos, en fin, una Iglesia cuya mejor aportación a la Humanidad consista en acoger sus esperanzas. En convocarlas para poder convocarse a sí misma en cualquier lugar.