Bruselas

Papelón en el Sáhara

La Razón
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El Gobierno rompió ayer su silencio sobre la situación del Sáhara, aunque no fue ni para condenar los sucesos en ese territorio ni para exigir una investigación por el fallecimiento del ciudadano español Baby Hamday Buyema, cuya nacionalidad fue confirmada por la ministra Trinidad Jiménez después de una llamativa resistencia por parte del Ejecutivo. Tampoco se apuntaron las iniciativas de nuestro país sobre el deterioro de la situación humanitaria y el atropello sistemático que sufren los periodistas españoles por parte de las autoridades de Rabat. Desde Seúl, Rodríguez Zapatero se limitó a insistir en un mensaje tan obvio como insuficiente, como es que la relación con Marruecos es un asunto de Estado, que la relación con nuestro vecino es «prioritaria» y que «los intereses de España son lo que el Gobierno tiene que poner por delante». Sin duda, esas premisas son indiscutibles y no seremos nosotros quienes cuestionen ese vínculo preferente y privilegiado con Rabat.

Pero también en diplomacia el término medio suele ser la virtud, y en este caso la reacción española ha sido decepcionante por su parcialidad a favor de Marruecos. Como potencia descolonizadora del territorio, España tiene una responsabilidad histórica extraordinaria que no puede desatender ni difuminar en el silencio diplomático cuando la magnitud de los altercados ha alcanzado las cotas actuales. Algo más habrá que hacer además de mostrar la lógica preocupación, lamentar lo sucedido y reclamar una solución negociada entre las partes. Escudarse, como intentó la ministra Trinidad Jiménez, tras la confusión y la falta de información para mantenerse a distancia resulta una actitud impropia de un país con nuestras obligaciones.

El Gobierno tampoco puede ignorar que entre las víctimas de los sucesos de El Aaiún hay un español, y que su caso puede ser investigado en la Audiencia Nacional, como ayer avanzó la familia. Otra complicación más que demuestra que la pasividad ha sido y es un mala estrategia.

España no puede andar desaparecida en este conflicto ni apelar a la manida «realpolitik» para sustentar su posición conformista y de debilidad ante Marruecos. Es cierto que la complejidad de nuestras relaciones con Rabat aconsejan prudencia, porque Ceuta y Melilla, las pateras o el terrorismo islamista son elementos del escenario geoestratégico a tener en cuenta. Pero no es menos verdad que Marruecos también necesita de manera sustancial a España y no digamos ya a la UE. Su estabilidad política y su desarrollo económico dependen de la relación con Madrid y Bruselas, y ésa es una baza a explotar.

Un futuro estable y pacífico para el Sáhara sólo será posible cuando todos los actores internacionales del proceso –desde la ONU a España– asuman su responsabilidad y fuercen un acuerdo justo. Mientras tanto, al menos, deberían impedir la impunidad, los abusos y la vulneración de los derechos humanos en el territorio. Por lo demás, esta nueva crisis ha demostrado de nuevo la lenidad de nuestra desnortada diplomacia en manos ahora de la insólita bicefalia Jiménez-Moratinos.