Grupos
Jabalíes monumentales
Noche más que toledana, no hay modo de encontrar postura contra el duro suelo y como he intentado amortiguar su aspereza con mi chaqueta y la cazadora, sus botones se declararon beligerantes.
En cambio la jornada ha sido triunfal.
El día empieza teniendo que desechar un caballo embravecido, pues con los precipicios que veo desde nuestra vivienda no parece razonable aceptarlo.
El terreno es muy atormentado, con enormes cárcavas producidas por la erosión en cuyos fondos nace una maleza densa que alberga a los guarros. Las umbrías están cubiertas de piruétanos y su fruto atrae a los cochinos.
Los ojeos se organizan a lo largo de un barranco angosto y los cazadores nos situamos en una vertiente para dominar la opuesta. Oigo tirar tres veces a Guillermo y cuando llego a su puesto lo encuentro con una sonrisa de oreja a oreja y un tremendo cochino a sus pies. Puede pesar 150 kilos y los colmillos están proporcionados a esa balanza. Le entró por el arroyo, al paso, a 35 metros… el lance ideal para un trofeo extraordinario.
Tomamos las fotos de rigor mientras Sasha, el responsable de esta cacería, se encarga de extraer colmillos y amoladeras sin ayuda de nadie, pues todos se niegan a tocar al animal inmundo del islam.
De vuelta al hogar me dedico a escribir el diario para llenar las horas ya que anochece a las cinco y media y es demasiado temprano para empezar a sufrir intentando dormir en el santo suelo.
Excepto frutos secos, alguna galleta y la fruta, el resto del menú no es apto para un estómago sensible, ni Guillermo se atreve con las distintas partes del pestilente carnero que nos ofrecen.
[Otro día] De nuevo se cumplen mis previsiones dictadas por la experiencia: nuestro equipo había decidido salir a una hora temprana y yo le advertí a Camacho que arrancaríamos dos horas más tarde de las anunciadas, efectivamente acerté al minuto.
La batida hoy resultó espectacular. Estábamos los dos cazadores sobre una cuchilla que separaba sendos barrancos, el de enfrente con matorral espeso y el trasero desnudo y de pendiente abrupta.
Enseguida empezó el baile y lo abrió Guillermo disparando repetidas veces: veo caer un jabalí de una tropilla y descolgarse otro en mi dirección que atraviesa lejos una cárcava y traspone la cuerda. Me asomo hacia atrás y cerca del fondo de la ladera lo descubro descendiendo por sitios inverosímiles; está de culo y mueve sus caderas torpemente como una vieja matrona. No tengo compasión por su probable sexo y lo centro con el anteojo, ¡diana!
Mientras estaba enfrascado en el lance, Sasha me tocó en el hombro para avisarme de que una jabalina con su cría atravesaba por el frente; ha sido convenientemente amonestado por interrumpir al artista en plena faena.
Al bajar al puesto de Camacho, este me cuenta sus peripecias: del fondo del regato surgieron un bando grande de jabalíes, quizás quince o más, y en medio del barullo se ha quedado con tres.
Entretanto el organizador había comprobado que mi víctima, aunque de colosal tamaño, también vestía faldas y en vista de ello perdoné las fotografías para no descender esa cuesta tan vertical, que luego había que volver a remontar.
Guillermo, de noche cerrada, se fue al río para lavarse, es un obseso de la higiene.
[Último día] Llevamos a cabo una tremenda ascensión que los caballos suben con la mayor voluntad hasta que la pendiente es tanta que debemos descabalgar y rematar a pinrel.
El ojeo en la cima se remata en mi beneficio. Me entran cuatro cochinos juntos que bajan desempedrando por la ladera de enfrente y hago el doblete; el segundo, igual que ayer, se sepultó en lo más profundo del barranco que tenía a la espalda. Yo no estaba por la labor de descender a esos infiernos y los tayikos, que no tocan a los jabalíes, tampoco si no hay colmillos que recolectar, como era este caso.
Como despedida me envenené sabe Dios con qué y estuve toda la noche yendo y viniendo a ver las estrellas y a disfrutar de una temperatura gélida.
La llegada a Dushambé fue un amable caos gracias al embotellamiento que colapsaba la entrada; intentamos sortearlo por distinta carretera para encontrar otro de mayor dimensión. Hubo coches que intentaron escapar por las aceras, algunos en dirección prohibida y las discusiones que se formaron fueron épicas, mas como el tiempo tiene aquí un valor relativo, llegó el momento en que el inmenso embrollo se resolvió y atravesamos el puente causante de tantos disgustos.
¡Cuánto disfrute se ha perdido Mireya!
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