Moscú
Las lecciones de Bertrand Russell para no ser un criado
Aparece en España «El poder», un texto inédito y vigente para entender el más ambicioso de los deseos humanos
Qué fácil sería sin duda desmantelar el poder si éste se ocupase simplemente de vigilar, espiar, sorprender, prohibir y castigar! El problema es que no es sólo un ojo ni una oreja: incita, suscita, produce, obliga a actuar y a hablar». ¿Un poder que no sólo mira inquisitivamente y escucha? Si hemos empezado con estas palabras de Michel Foucault es porque ponen de manifiesto hasta qué punto el reto del pensamiento político del siglo XX pasaba por comprender una nueva modalidad de poder indeseable cuya dominación sobre la población era consentida.
A raíz de la experiencia totalitaria, uno de los grandes problemas de esta tradición fue comprender un fenómeno sobre el que ya había llamado la atención el sabio Spinoza: ¿Por qué demonios los hombres luchan por su servidumbre como si fuera su liberación? Más allá de sus indudables diferencias políticas y de sus trasfondos biográficos, hay algo que sí podían compartir Bertrand Russell y George Orwell: la necesidad de apoyar un tipo de poder político que ya no infundiera miedo. Como afirmó el primero: «Para que la democracia sea practicable, la población debe estar libre de odios y también de temor a la subordinación. Así como enseñamos a los niños el modo de evitar que sean atropellados por los automóviles, debemos enseñarles el modo de evitar que sean destruidos por los fanáticos».
Líder y caudillo
Nacido en 1872, precisamente en el seno de una familia aristocrática, Bertrand Russell es sin duda una de las figuras intelectuales más interesantes y anómalas de la cultura anglosajona del siglo pasado. «Tres pasiones simples, pero abrumadoramente intensas –escribió en su «Autobiografía»–, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la Humanidad». Apuró hasta la última gota, todo hay que decirlo, de las tres. Tal vez cuando hizo referencia a ellas no sólo pensaba en su agotador trabajo con Whitehead para desarrollar los nuevos principios de la lógica matemática, sino en los excesos de su vida sentimental y cívica. Aquí, como en el resto de su vida, Russell fue siempre un inconformista. No en vano le gustaba definirse como un «escéptico apasionado».
Publicado en 1938, aunque sólo ahora aparecido en España, «El poder. Un nuevo análisis social» es un ambicioso ensayo, excelentemente escrito, surgido en el contexto del debate desarrollado en la Europa intelectual acerca del modelo totalitario. Russell tenía ya conocimientos de primera mano. En 1920, tras realizar una breve visita a Rusia para estudiar las condiciones predominantes en ese país, ya había publicado «La Práctica y la Teoría del Bolchevismo», un ensayo que servía de preludio. Tras este viaje, Russell vuelve decepcionado de un encuentro personal con Lenin en Moscú. De ahí su descripción del estado soviético como «un asilo de lunáticos homicidas donde los celadores son los peores».
Después viajó también a China para dictar algunas conferencias sobre filosofía en la Universidad de Pekín durante 1921 y 1922, clases a las que asistió, al parecer, el propio Mao Tse-Tung. Durante la Segunda Guerra Mundial, que personalmente apoyó, se preguntó si el a la sazón principal enemigo de Inglaterra, Hitler, era realmente peor que su aliado Stalin.
En su ensayo, Russell no sólo realiza una disección de todas las caras del fenómeno del poder, sino que también justifica por qué su filosofía política merece ser incluida con toda razón dentro de la tradición liberal del empirismo inglés. Es precisamente esta metodología individualista la que le brinda a su argumentación el ángulo de visión necesario para denunciar el peligro de las abstracciones históricas, pero también limita algunos de sus mejores diagnósticos. No obstante, especial atención merecen las partes del ensayo en la que Russell se detiene a analizar la figura psicológica del líder o caudillo.
Unas palabras sobre la crisis. Russell coincide con Arendt en entender el totalitarismo de entreguerras como un movimiento de marcada oposición a aquellos partidos políticos tradicionales que en el interior del Estado-Nación representaban los intereses limitados de las distintas clases y sectores sociales. Estos movimientos se nutrían ante todo de individuos atomizados y desclasados que, a consecuencia de las sucesivas crisis económicas, habían perdido todo lugar público en la realidad social. Preferían ser siervos a superfluos. De ahí la necesidad para Russell de fomentar el espacio público. Y de no abandonar el reto de la educación. «Un individuo –señala – puede ser influido: a) por el poder físico directo sobre su cuerpo, por ejemplo, cuando es encarcelado o muerto; b) por las recompensas y los castigos utilizados como alicientes, por ejemplo, dando o retirando empleos; c) por la influencia en la opinión, por ejemplo, la propaganda […]. La única diferencia es que en semejantes casos la acción se produce sin un intermediario mental que pueda llamarse opinión».
Tras la lectura de «El Poder», no extraña que a Russell, en el marco de los movimientos sociales de su tiempo, le gustara frecuentar los ambientes fabianos y reconociera en los programas reformistas del partido laborista británico un apoyo de su posición: una suerte de socialismo libertario intransigente contra el mal social. Sin embargo, a la vista del compromiso activo de su partido con la carrera armamentística, Russell, antes que nada, humanista pacifista, no dudó en romper su carné de afiliado. Un gesto más dentro de su dilatada trayectoria inconformista.
Orwell para el hombre común
A estas alturas parece difícil decir algo nuevo de George Orwell (en la imagen). Sin embargo, dos perspicaces ensayos recientemente editados nos ayudan a profundizar en las razones de su insistente magnetismo. Las dos obras además tienen el gran mérito de insistir en la necesidad de introducir matices a la hora de comprender un personaje que sigue siendo objeto de apropiaciones políticas más interesadas que objetivas. El título de la obra de S. Ley, «George Orwell o el horror a la política» (Ed. Acuarela & A. Machado) tal vez confunda, pero no es en absoluto gratuito. El volumen se completa con anexos, los dos primeros con escritos seleccionados de Orwell. No puede dejar de destacarse el luminoso artículo de Jean-Claude Michéa sobre «1984» que lo cierra. Por su parte, la obra de B. Bégout, «Sobre la decencia común» (Ed. Marbot) se centra en una categoría fundamental para entender su singular forma de compromiso con las injusticias: esa «decencia común» de origen dickensiano que para el autor de «1984» constituía un valor fundamental para su proyecto de socialismo democrático. Partiendo de este ángulo Bégout ha construido un libro vibrante, muy interesante filosóficamente en su análisis de otra posibilidad de nobleza ética para la izquierda.
Título: «El poder. Un análisis social».
Autor: Bertrand Russell.
Editorial: RBA. 20 euros.
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