San José
La epopeya de los «All Whites» por Lucas HAURIE
Pocas veces, por no decir jamás, se presentó un equipo neozelandés en Suráfrica con menos posibilidades de ganar que ayer. En las dos islas que conforman el país que los nativos llamaban Aotearoa, la única vara de medir son los «All Blacks», su poderosa selección de rugby, y el único rival a su altura en el planeta oval son los «Springboks» surafricanos. No tiene nada que ver un test-match entre los dos «quinces» más legendarios del mundo con un partido de la primera fase entre los «All Whites» (volvemos al rugby como unidad de medida: a la selección neozelandesa de baloncesto se la conoce como los «Tall Blacks» y a la de cricket, co- mo los «Black Caps») y Eslovaquia en un estadio semivacío. Más o menos el mismo parecido que hay entre los fieros maoríes que empujan las melés y los lechosos anglosajones que patean el balón redondo.Nueva Zelanda es el equipo más «naif» de cuantos se han da- do cita en el Mundial. En su plantilla, figura el único futbolista amateur del torneo y también el único que está oficialmente retirado. James Bannatyne, tercer portero, tiene una tienda de deportes en Wellington donde ha dejado a un empleado al cargo porque no puede permitirse el lujo de tenerla cerrada un mes. Simon Elliott, 36 castañas cumplidas el jueves pasado, llegó a jugar en el Fulham pero ahora disfruta de las playas californianas después de haber anunciado que no seguirá en los Earthqua- kes de San José. Pues con estos mimbres y las toneladas de orgullo que traen de un país que venera a sus deportistas, sumaron un punto, más de lo que hicieron en 1982, su única participación anterior, cuando este periodista los vio perder 4-0 contra el Brasil de Zico en el Benito Villamarín.
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