Estados Unidos
La gran película de la revolución maoísta por César Vidal
Coincidiendo con el congreso del Partido Comunista de China, llega a Occidente el filme oficial de la «epopeya» que llevó a Mao al poder
Las versiones cinematográficas de la Historia oficial no resultan excepcionales. Si «Octubre» de Eisenstein fue la versión canónica –y bastante falaz– de la revolución rusa, «El nacimiento de una nación» de Griffith era la semioficial –y no menos tendenciosa– de la historia de Estados Unidos desde la guerra civil hasta finales del siglo XIX. Su valor como reflejo de la realidad ha sido, generalmente, escaso, pero muy revelador del posicionamiento ideológico de una nación en un momento determinado.
Por eso, «La fundación de una república» era una película esperada en la medida en que podría ayudar a disipar las preguntas sobre la evolución interna de China y su vinculación o alejamiento del comunismo maoísta. La factura de la película se encuentra, desde luego, mucho más cerca del cine de Hollywoood que del generado durante la Revolución Cultural. Incluso es notable la presencia de intérpretes chinos muy conocidos, como puede ser el caso de Jackie Chan –Chan Long, en chino– pero no cabe duda de que la película –que dura casi dos horas y media– constituye un canto épico a mayor gloria de Mao Ze Dong y el Partido Comunista chino.
Comenzando con el final de la Segunda Guerra Mundial y los fracasos para crear un Gobierno de coalición, la cinta va describiendo los intentos de Chiang Kai Shek por acabar con el Partido Comunista, la huida de éste en la conocida Larga Marcha –cuya importancia queda un tanto minimizada en la película– y la habilidad de Mao para ir aislando a Chiang y conseguir los apoyos de grupos políticos de escasa relevancia real, pero notable repercusión propagandística. Chiang Kai Shek fue incapaz –y en ese sentido el retrato proporcionado por la película es bastante ajustado a la realidad– de acabar con la corrupción existente en el Kuomintang y esa incapacidad contribuyó no poco a su derrota.
Cuando decidió marchar a Taiwan, Mao había ganado la guerra aunque ésta se prolongara algún tiempo. La reunión de una asamblea constituyente, la redacción de la constitución china, el diseño de su bandera –cinco estrellas simbolizando las cuatro clases iluminadas por el Partido omunista– son todos episodios recogidos en la película y, efectivamente, en ellos participaron otras fuerzas políticas, pero no es menos cierto que ya sometidas completamente al partido de Mao. Partido que, desde luego, no renuncia a día de hoy a sus mitos.
El régimen no cambia
Mao puede aparecer como un fumador empedernido e incluso se puede narrar el trabajo que costó salvarlo de un bombardeo porque se hallaba sometido al efecto de las píldoras para dormir, pero el culto a la personalidad se mantiene incólume en secuencias como la del soldado que conserva como una reliquia un cigarrillo que le ha ofrecido Mao o la del cocinero que muere por querer salvar su comida. Un retrato poco menos laudatorio es el de figuras como la de Chou en Lai.
También es indiscutible el sometimiento de la realización al Partido Comunista. Una de las secuencias más memorables es aquella en que, conocida la retirada de Chiang, los dirigentes comunistas se embriagan y comienzan a cantar con entusiasmo… ¡la Internacional! Es esa música de la Internacional la que suena, adaptada a ritmo de dulce balada romántica, en el videoclip de presentación de la película, que es técnicamente extraordinario. En muy buena medida, «La fundación de una república» es un reflejo fiel de la China actual. El régimen sigue siendo medularmente comunista y el Partido continúa controlando todo con mano de hierro, pero, por supuesto, los avances tecnológicos de Occidente son bienvenidos… por el bien de la causa.
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