Policía

Amores peligrosos: mujer rumana con hombre español

En El Real de San Vicente, Toledo, los españoles temen tener relaciones con las inmigrantes rumanas por la reacción de sus compratriotas. El lunes pasado, un crimen pasional sacó a luz un problema que se ha agravado con la falta de trabajo 

El tanatorio
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El entierro duró apenas tres minutos. No hubo oraciones ni sacerdote. El cuerpo de V. C., de 39 años y nacionalidad rumana, se introdujo en un nicho mientras unas cincuenta personas, entre familiares y amigos, se miraban sin hacer gesto alguno. Sucedía el pasado miércoles.

El fallecido se había ahorcado con la cuerda de tender la ropa dos días antes, en la madrugada del lunes 3 de octubre, tras patear brutalmente al amante español de su pareja y, después, golpearle la cabeza a ella contra el suelo, hasta dejarla medio muerta. La mujer, D. C., de 38 años y también rumana, continuaba el jueves pasado en la UCI, en estado grave. El episodio de violencia machista ocurría en El Real de San Vicente, un pueblo de sierra de unos mil habitantes en la provincia de Toledo.

Pero la conmoción no termina aquí. Algunos vecinos del municipio, sobre todo los mayores, hablan de amenazas por parte de algunos inmigrantes –«los que beben tanto y pegan a sus mujeres»– hacia los lugareños que se relacionan sentimentalmente (o esporádicamente) con las mujeres rumanas. «Los hay que consienten que ella se vaya con otro, por dinero o lo que sea, pero algunos las prefieren muertas que con otro. Los rumanos son como nosotros hace cuarenta años: no permitíamos que nos dejaran. Ahora los españoles nos hemos mentalizado de que no puedes obligar a que te quieran», reflexiona Pedro Martín, de 51 años, acodado en la barra del bar de la plaza.

«Muchas relaciones»
La encargada del local, Dana, es también rumana («pero de las integradas», puntualiza un obrero de la construcción que acaba de llegar). Los habitantes del pueblo, situado a apenas una hora y media de Madrid, insisten en que «no todos son "malos"», que muchos se han adaptado «a la perfección», pero otros se dedican a amenazar –o, en ocasiones, a emprenderla a palos– cuando ellas, las mujeres rumanas, prefieren a los españoles para salir a cenar o relacionarse sexualmente. Las trifulcas por este motivo son cada vez más frecuentes. Pero el pasado domingo fue la gota que colmó el vaso. Algunos de los entrevistados, nerviosos y confusos, aseguran que sienten «un poco de miedo» por la reacción «salvaje» de V. C. ante la infidelidad de su pareja.

Todos reconocen –aunque nadie se atreve a dar nombres– que hay «muchas relaciones» con las chicas inmigrantes. «Como es lo normal», añaden. De hecho, la víctima de la agresión que aún permanece en la UCI había salido ya con otro vecino del pueblo y éste ya había sufrido intimidaciones fuertes «y alguna que otra bofetada», detalla un familiar.
La inmigración del este de Europa se asentó en la zona hace más de 10 años –la mayoría, sin problema–. Ellos se dedican a la construcción –cuando había– y ellas, a cocinar y cuidar ancianos o enfermos. Algunos apuntan a la crisis como agravante en los problemas de convivencia.

Pero es en los últimos tiempos cuando las relaciones sentimentales (o puramente sexuales) entre los realeños y los «nuevos» vecinos (vecinas) ha despertado la ira de los extranjeros. Algunos españoles, incluso, han huido de la zona con alguna de estas mujeres. Han aceptado a los hijos de ella y llevan una vida normal, «como cualquier otra pareja». Eso sí, apenas aparecen por el pueblo. «¿Cómo no van a tener miedo?», entiende la tía de uno de ellos, «si lo querían matar». En algún caso, las mujeres rumanas, casi siempre más jóvenes, han hecho que los hombres «sienten la cabeza y beban menos», apuntan en una tienda.

La ayuda del jefe
Las relaciones siguen surgiendo. Algunas «por necesidad», explica una vecina, «para ganarse algún dinero». Otras, porque los rumanos las tratan peor «y acaban eligiéndonos a nosotros», se enorgullece un jubilado de 60 años.

En este caso V. C., el agresor, de 39 años, había salido de la cárcel el 25 de septiembre, una semana antes del supuesto intento de asesinato. Había cumplido ocho meses de condena en la prisión de Ocaña por un delito repetido de quebrantamiento de la orden de alejamiento de la mujer. Al salir de la cárcel, acudió al Real de San Vicente y buscó una casa de alquiler. Tras mirar varias y explicar que, de momento, no disponía del dinero para pagar la renta, se decidió por una vivienda muy antigua (de casi cien años), en la calle Barriobajo. El jefe le adelantaría el dinero, explicó. Una semana después de instalarse, el domingo 2 de octubre, pasó todo el día con su jefe, Gregorio Pérez, dueño de la empresa de pavimentos Gedosma S. L. Pérez lo había contratado hacía ya cinco años. «Fuimos a ver unas obras a El Casar de Escalona, después recogimos un frigorífico en Talaverilla, … en el camino me dijo que se quería marchar de aquí… Volvimos al pueblo y nos separamos a las 21:30 h», recuerda el empresario. Tres horas después, el agresor merodeaba por la calle en la que vivía su expareja y su actual novio.

Aunque no compartían vivienda, residían ambos en la misma manzana, cerca de la Iglesia. Habían salido a cenar juntos. A la vuelta, alguien les esperaba. Tras golpear al hombre y dejarlo inconsciente en el suelo, fue a por ella, que ya corría hacia el centro del municipio.

«Esto no ha terminado»
El agresor atajó rodeando la iglesia y en la esquina con la calle Santa Bárbara, la atrapó. Allí le agarró del pelo y la golpeó varias veces contra el cemento. No llevaba armas.

Los restos del charco de sangre podían observarse el pasado miércoles. La mujer había tenido otras parejas –alguna reconocida y otras secretas por miedo a represalias o al encontrarse casado el amante español–. «Esto no se ha terminado. El muerto tiene familia, amigos…», dice alguno por lo bajo.

En cualquier caso, el pueblo al completo se encuentra ya dividido entre los que apoyan a la mujer y los que disculpan de alguna forma al hombre. También los hay que criminalizan a todo el colectivo rumano, pero son los menos. En el primer grupo se encuentran los compañeros de trabajo de la agredida en el restaurante El Asador. Todos coinciden en que era «cumplidora» y «muy buena persona».

El encargado de la gasolinera, frente al Asador, que hablaba con ella a diario, asegura que ella le contó su «calvario». «Su pareja, el que ahora ha muerto, intentó abusar de su hijastra. Me lo contó ella misma. Así que tuvo que huir. La he visto trabajando en todo lo posible: desde hacer cemento a recoger castañas, limpiando y cocinando», cuenta.

Por otro lado, el jefe de él, Gregorio Pérez, de 55 años, insiste en que su empleado, con todos los papeles en regla, era un «buen trabajador que sólo quería ver a su hijo». «Nadie le vio nunca borracho, era ejemplar en todo, pero ocho meses en la cárcel, sin delito alguno, puede volverte loco», le justifica. El hijo, de 15 años, estudia en Talavera de la Reina y tras los escabrosos sucesos, se ha trasladado a Cazalegas, un pueblo cercano en el que vive con su hermanastra.

Mientras la mujer va mejorando y la calma vuelve al lugar, no hay otra conversación en el municipio: en los bares de la plaza, los de la carretera, el mesón… Sólo se habla de «los rumanos». También en los supermercados, los corrillos y en los bancos, donde los más ancianos, apoyados en su bastón, intercalan «ay» y silencios en cada comentario.

"Sólo nos sacan para lo malo"
Fue en el mismo pueblo, el Real de San Vicente, donde un vecino de 59 años asesinó a su madre de 91 años con un hacha, a su esposa, de 62, y a su hijo, de 27. Después cogió el coche, llegó a Talavera de la Reina e hirió a sus dos hijas de 22 y 25. Tras el periplo salvaje se suicidó. Ocurrió en 2007 pero todos en el municipio lo tienen fresco en la memoria. Los medios de comunicación se ocuparon del suceso durante semanas. «Sólo nos sacan cuando ocurre algo malo», protestan los vecinos. Y tienen razón. La gente de la zona, la mayoría abiertos, habladores y divertidos, insisten en las bondades del paisaje (ciertamente bonito), de los productos de la tierra (castañas, aceite, tomates, miel…), o de las fiestas populares, muy concurridas y con fama en la provincia. «Pero el charco de sangre está aquí», razona una anciana, «y se tendrá que saber lo que pasa en los pueblos, ¿no?».