Barcelona

Una visita muy beneficiosa

La Razón
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A setenta y dos horas de la visita del Papa a España menudean ya los pronunciamientos de diversa índole, desde los más comunes que expresan la satisfacción de millones de españoles hasta los que desprenden un tufillo político, pasando por aquellos que, de manera pedestre, recurren al insulto o la provocación. Estos últimos, aunque sean los más ruidosos, son una parte insignificante de la sociedad que sólo buscan ganar estatura dando pataditas en las espinillas de la Iglesia. La inmensa mayoría de los ciudadanos, por el contrario, considera que la presencia de Benedicto XVI en Santiago y Barcelona contribuye a un fortalecimiento espiritual de nuestra sociedad, a la vez que demuestra la importancia de España en el orbe católico. Si Europa no se explica sin sus raíces cristianas, la Iglesia no se entiende sin el protagonismo de España a lo largo de los siglos. La más genuina manifestación de ese cordón umbilical que nos une y nos nutre por encima de las fronteras es precisamente el Camino de Santiago, a donde peregrinará el Papa este sábado siguiendo las huellas de los millones de europeos que le han precedido desde hace mil años. Si no se tiene presente algo tan simple como esta lección de historia, se cae en el ridículo, como hace ese pequeño sector del laicismo radical que es jaleado desde la izquierda gobernante. Pero mal que le pese, las tres cuartas partes de los españoles se confiesan cristianos y participan más o menos activamente del sistema de valores que emana del cristianismo. Como es natural, dentro de este vasto universo concurren diversas sensibilidades y grados de compromiso, pero en torno al Santo Padre se anuda el consenso fundamental de todos ellos. En este punto, resulta elocuente que coincidan sustancialmente dirigentes de diferente signo, como los presidentes de Galicia y Cataluña, en resaltar la importancia de la visita papal como enriquecimiento moral. También resulta llamativo el manifiesto de un grupo de nacionalistas catalanes dando la bienvenida al Pontífice en clave local, lo cual no tendría mayor importancia si no fuera porque deja fuera aspectos sustanciales. Por ejemplo, es una lástima que no hayan resaltado la universalidad que define a la Sagrada Familia y la modernidad creadora de Antonio Gaudí, que muestra en su obra la síntesis entre la fe y el arte. La belleza y la conquista de la modernidad, lejos de chocar con el mensaje cristiano, forman parte central del magisterio eclesial. También se echa en falta en la bienvenida nacionalista una referencia a la dimensión social de la Iglesia, que tiene en Barcelona, en la organización Nen Deu para niños discapacitados, un ejemplo excepcional reconocido en toda España como modélico. En instituciones como ésta queda reflejado el compromiso irrenunciable de la Iglesia en la defensa de la vida y su dignidad. Frente a una cultura que establece plazos de caducidad a la vida, el Papa se erige en el defensor de los que no tienen voz ni voto. No es casual que este punto concreto fuera destacado ayer por la Conferencia Episcopal al comentar la visita papal. A fin de cuentas, es la vida, digna, plena y libre, lo que viene a predicar Benedicto XVI a España.