Bruselas

La inteligencia a debate por Joaquín Marco

La Razón
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Parece que puede hablarse de una psicología más o menos científica cuyo principal objetivo respecto a la inteligencia fue inicialmente medirla (como Bidet, primer psicométrico), aunque el coeficiente intelectual sabemos que no equivale al conjunto de factores que integran la vida inteligente. Ésta se da, como estudiaron los etólogos en distinto grado, también en el mundo animal con el que, aunque pueda pesarle a algunos, compartimos más de lo que creíamos. Tampoco conviene confundir la inteligencia con la educación y enseñanza que se dispensan en los centros oficiales, privados o concertados: en primaria, secundaria o universidades. De todo hay en la viña del Señor. El descubrimiento de la inteligencia calificada como emocional viene a complicarnos, si cabe, un poco más las cosas. Hay seres humanos que gozan de una peculiar que les permite ascender notablemente en la escala social, crear fortunas (homo economicus) o dedicarse a la investigación humanística, tecnológica o científica. De lo que cabe dudar es de la existencia de otra que se manifiesta en la política a cualquier nivel. Por descontado, podríamos dudar de la escasa del BCE (Banco Central Europeo y del equipo de Mario Monti en particular) o de los líderes de la Unión o de los de casi el mundo entero. Más inteligentes resultan los mercados innominados (amalgama de grandes fortunas, corporaciones, brokers y oscuros y desconocidos personajes) que, desde la sombra, dirigen las naves financieras –y el euro en particular– hacia un abismo. Crece el número de millonarios y se multiplica el de desahuciados. La suma de cerebros privilegiados que eligieron velar por nuestro bienestar está logrando lo contrario. La humanidad no vivía, desde hace muchos años, momentos tan azarosos e infelices.

No cabe duda de que el BCE y los suyos tienen alguna idea que siguen a pie juntillas. Pueden ser, incluso, dos o tres, el dogma, pero no muchas más. Carentes de inteligencia emocional o de empatía hacia los demás mortales han decidido no moverse de posiciones prefijadas. Una de las características de la inteligencia consiste en defender principios, en el empeño en sostenerlos; aunque, al tiempo, otra suponga cierta adaptabilidad a un medio cambiante. Puede entenderse también éste como económico. Sobre las inteligencias nacionales han llovido tópicos. Restan todavía residuos de quienes apostaron a que la raza germánica era más inteligente que la latina. Ésta última destacaría en lo intuitivo, pero su innata pereza le impediría lograr aquel espíritu científico que caracteriza a otros pueblos. La España actual, por ejemplo, carece de Premios Nobel (los tuvimos en Literatura y hasta dos en Ciencia en 1906 y 1959). Pero al respecto, cabe apuntar que los medios sobre los que se ha asentado nuestra ciencia han sido más bien misérrimos. Cuando iniciamos, hace pocos años, cierta recuperación, especialmente en Biomedicina y en ciertas tecnologías, llegó la crisis como un vendaval y se llevó o entorpeció los proyectos, incluso aquellos en los que parecíamos haber tomado cierta delantera, como en energías renovables o en aquel AVE que los estadounidenses no se podían permitir, dispersando cerebros bien acogidos en otros países. Pero anda ahora el ministro Wert planteándose otra reforma global y no consesuada de nuestra enseñanza. Decidió que los exámenes eran preferibles a cualquier otro método. De modo que pronto los niños acabarán realizando tantos como sus abuelos. El Plan Moyano, con su Examen de Estado, puede regresar desde la prehistoria de la modernidad. Sin embargo, para lo de las becas, las notas, como los primeros psicólogos, se han tomado como referencia. Se pidió inicialmente un seis, pero ahora con cinco y medio puede ser suficiente para tener derecho a ellas.

Queda, pues, mucho por hacer y tanto por recortar… Así lo entienden nuestros dirigentes de Bruselas, a quienes un conocido periodista les alude como «cabezas de huevo». Es una imagen excelente para mostrar su escasa capacidad de evolución. Tampoco es necesario que nuestros políticos, aquí o allá, resplandezcan con un halo santificante de inteligencia, aunque sería oportuno debatirlo. En ocasiones, bastaría con una pizca de sentido común, que ya ha pasado a ser el menos común de los sentidos (valga la frase tópica). La tupida red funcionarial de Bruselas, por mencionar tan sólo un núcleo, que está pidiendo el recorte de los estados (cada cual con su complejidad), ¿no debería comenzar por aplicarse a sí mismo la medicina que receta? Además, bajarse sueldos de una vez o utilizar videoconferencias en lugar de costosos traslados, a menudo tan ineficaces como las fotos con sonrisa de familia mal avenida de los jefes de gobierno. Sobre el mecanismo del tobogán, que se utiliza con España e Italia, sabemos de los excelentes resultados psicológicamente depresivos que afectan por paralización a sus poblaciones. Se usaron ya en las prisiones de Guantánamo (¿qué hay de su cierre, señor Obama?). No tenemos dos días seguidos de paz: lo que se remontó ayer, se perderá mañana y un poco más. El desconcierto de este ejército de parados es casi total, aunque deliberado. Juan Ramón entendía la intelijencia (sic) como el nombre exacto de las cosas. Por ahí podríamos empezar.

 

Joaquín Marco
Escritor