Dublín

Catalina reina

La ya esposa del príncipe Guillermo fue la protagonista de una ceremonia perfecta y la más aclamada por el pueblo, que vuelve a tener a una nueva «reina» en la familia real

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El príncipe Guillermo soñó con casarse en una pequeña iglesia en cualquier aldea recóndita de la campiña de Inglaterra. Pero sabía que sus obligaciones se lo impedían. Su madre, la desaparecida Diana, se encargó en explicarle desde que tenía uso de razón que algún día se convertiría en Rey. Quizá todos esos pensamientos le vinieron ayer a la cabeza mientras esperaba en la Abadía de Westminster. Vestía el uniforme rojo de la Guardia Irlandesa, una opción que se interpretó como un gesto de acercamiento entre Londres y Dublín para preparar el viaje que Isabel II realizará a la república, el primero de un monarca desde la independencia. Estaba nervioso y se frotaba constantemente las manos, aunque pudo luego relajarse durante los minutos de privacidad que compartió con su hermano, el príncipe Enrique, antes de que sonaran las primeras notas de la pieza que Harry Parry preparó para la coronación de Eduardo VII en 1902. Era la señal. La novia había llegado. Catalina, una joven de 29 años que nació en el absoluto anonimato que se le presupone a los plebeyos, contrajo ayer matrimonio con el segundo en la línea de sucesión a la Corona británica. Su vida cambió para siempre y el destino de la familia real, regida aún por normas del siglo XVIII, tomó un rumbo que nadie habría predicho hace años. Guillermo y Catalina se convirtieron ayer en marido y mujer, pero también en duques de Cambridge. Ella será llamada «Su Alteza Real». No será aún princesa, pero algún día se convertirá en reina.


El título fue el regalo especial de la soberana Isabel II. Se desveló a primera hora de la mañana en un comunicado oficial que también especificaba que el heredero será conde de Strathearn y barón de Carrickfergus, territorios que le relacionan con Escocia –donde conoció a su esposa– y con Irlanda del Norte respectivamente. Curiosamente, el último duque de Cambridge también se enamoró y se casó con una mujer sin sangre azul. Los novios se dieron el «sí quiero» ante 1.900 invitados, pero otros dos mil millones de personas seguían también sus movimientos a través del televisor en todas las partes del mundo. «Se suponía que esto iba a ser una pequeña reunión familiar», le dijo Guillermo a Catalina y su suegro cuando llegaron al altar. El príncipe fue el último en ver el vestido de la novia aguantando estoicamente su mirada al frente y haciéndose sólo una pequeña idea por los apuntes que le susurraba su hermano Enrique, su padrino y su gran cómplice. El diseño fue finalmente de McQueen y el ramo un guiño al príncipe: un buqué de unas flores conocidas como «Sweet William» (Dulce Guillermo) que también incluía un ramito de mirto como marca la tradición real británica. «Estás espectacular», le dijo el heredero. La ceremonia religiosa fue presidida por el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, y amenizada por las partituras de compositores británicos del siglo XX como Edward Elgar, Vaughan Williams y Benjamin Britten. La pareja también quiso tener un detalle con Carlos y Camilla e incluyó la composición de Maxwell Davies «Farewell to Stromness», que sonó en su boda en 2005.


Siguiendo la estela de Diana, Catalina no prometió «obediencia» a su esposo, sino que se comprometió a amarle, confortarle, honrarle y acompañarle en la enfermedad y salud durante el resto de su vida. La joven intentó mantener la calma y no se equivocó como lo hizo Lady Di a la hora de pronunciar todos los nombres del heredero. La anécdota llegó cuando Guillermo puso el anillo en el dedo de la joven. Costó encajarlo y el gesto del novio provocó la sonrisa de los presentes. Convertidos en marido y mujer, la pareja salió ante un público entregado. Hicieron en una carroza de 1902 State Landau tirada por cuatro caballos y dos jinetes, seguidos de la guardia real montada a caballo. Era la misma que utilizaron Carlos y Diana.


Uno de los momentos más esperados fue el del balcón. Catalina no evitó la emoción. Los recién casados se dieron dos besos. Más tarde se trasladaron hasta Clarence House. Fue allí donde descansaron hasta que empezó su fiesta más íntima y privada de nuevo en Buckingham, la celebración más parecida con la que Guillermo siempre había soñado mientras paseaba con su madre por la campiña inglesa.


Un anillo estrecho
Durante el intercambio de anillos, sólo uno fue utilizado, el de la novia. Guillermo ya anunció que no llevaría alianza. La de Catalina está realizada por una empresa familiar vinculada con la monarquía. Fue confeccionado con oro de Gales, muy valioso por su calidad y escasez. La reina regaló el metal precioso a su nieto poco después de que anunciara su compromiso.