Berlín
Tostones y Sahara
José Luis Martín Prieto, el gran gordo emboinado, les dice «buenudos». Son los turistas solidarios, los pelmazos de las caravanas asistenciales que se bastan y sobran con asistirse a ellos mismos. No falta la buena voluntad en algunos de sus componentes, y sobra la vanidad y soberbia de los que quieren demostrar que son buenísimos y arrojados. En el fondo, como tantas actitudes sujetas al ridículo, son piedrecillas sueltas del derribado muro de Berlín. Piedrecillas, ripios, cascotes que se pintaron de ecologistas «sandía», de feministas fundamentalistas y de «buenudos» solidarios. Otros están en el cine y en los grandes negocios «de izquierdas».
La trifulca del Aaiún. Cuando aún el Sahara español era colonia, y posteriormente provincia, mi corazón estaba con los saharauis. Pero con reservas. El Frente Polisario, apoyado por la URSS y armado por Argelia, no colaboró con España para fortalecer su libertad de elección en la descolonización. Murieron soldados españoles en el desierto. Marruecos reclamaba los territorios del Sahara y España optó por el abandono. La ONU, como era de esperar, se mostró incapaz, y todavía sigue pomposa y solemne proclamando su incompetencia. Hay saharauis partidarios de Marruecos y otros de la independencia. Pero no hay malos y buenos.
Eso habrían de saberlo los «buenudos», los solidarios calentados en las ardientes arenas del Aaiún. Los saharauis independentistas del Polisario hicieron lo que estaba en sus manos para imposibilitar una transición normal. Incluso la celebración de un referendo en los meses posteriores a la deserción española. No era de recibo el apoyo de España a quien nos trataba a tiros con proyectiles soviéticos. Y el mundo occidental, es decir, los Estados Unidos de América, que no España, respaldaron al Reino de Marruecos en su afán de expansión. Aquella Marcha Verde, tan bien organizada por los americanos con Franco en plena agonía, le hizo ver a España que su voluntad era un asunto de importancia cuestionable. El Polisario ya se había equivocado. Se movían sus representantes en Madrid a las órdenes de Sergio Bogomolov, embajador de la URSS, y de Khaled Kheladi, embajador de Argelia. Tomaron posición en el tablero de ajedrez y perdieron la partida.
Si el Frente Polisario, con el que no estaba de acuerdo una buena parte del pueblo saharaui, no hubiese centrado su agresividad revolucionaria contra esa España que ya se iba, podrían haber cambiado algunas posiciones en el mundo occidental. Pero se alineó erróneamente con quienes principiaban su desmoronamiento. Y perdieron. No es así porque así parezca, juego de Pirandello; así es porque así sucedió, y una buena parte de la culpa la tienen los que hicieron ver a los polisarios que su enemistad con la libertad de Occidente les llevaría a conquistar la suya. El Sahara español es actualmente Marruecos porque los saharauis no supieron encontrar su sitio. Y cuando se pierde el sitio, recuperarlo es complicado.
El Frente Polisario, enemigo irreconciliable de Marruecos, actuó como el mejor aliado del Rey Hassán. Y éste, inteligente y sin escrúpulos, se merendó el Sahara y sus riquezas en menos tiempo de lo que dura una puesta de sol en el Atlántico. Ahora, los «buenudos» se apasionan por lo que no defendieron en su día, los «buenudos» son hijos desperdigados, piedrecillas sueltas del Muro que la libertad derrumbó. Y cuando se han apercibido de ello, ya es tarde. El Sahara que España pudo dejarles es ya territorio marroquí. Y ni Aminatu ni vainas. En el Aaiún lo han comprobado.
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