Algete

Inhumana pederastia

El domingo 12 de junio, dos menores, una niña de diez años y su hermano, de ocho, estaban jugando en un parque de la localidad de Torrelaguna, a medio centenar de kilómetros de Madrid, cuando les sorprendió un desconocido que les prometió regalarles un perro.

Inhumana pederastia
Inhumana pederastialarazon

Los dos caminaron hacia un vehículo de dos puertas de color verde. Una vez a bordo quedaron encerrados en la parte de atrás. El secuestrador los llevó a Algete, cerca de una urbanización, Valderrey, a una finca privada, donde hay una caseta con un pozo seco dentro. Se cree que abusó de ellos y que luego los obligó a descender por el polvo a base de amenazas y golpes.
Los niños son hijos de una mujer de treinta y dos años, divorciada, que trabaja en un bar de Torrelaguna. La Guardia Civil organizó una búsqueda: agentes y material, incluidos helicópteros. Cuando fuera detenido se sabría que es un hombre de 51 años, que pasó 17 cumpliendo condena por delito sexual. Ahora espera de nuevo a ser juzgado. En el momento de su captura convivía con una mujer con la que tiene tres hijos. Ella dice ignorar el pasado de su pareja. Al parecer le había contado que estuvo en la cárcel por el homicidio de un guardia. Sin embargo, la mujer sospechaba por la forma que el hombre tiene de mirar a los niños, especialmente a las niñas.
En el pozo, los dos niños estaban semi deshidratados cuando unos jóvenes los encontraron por casualidad. Tuvieron una suerte loca. El secuestrador estaba haciendo su vida normal en el pueblo donde residía, Valdepeñas de la Sierra, como si se hubiera olvidado de ellos. El caso es que preguntaba obsesivamente por el suceso de Torrelaguna.
Lo peor de todo este asunto es que abandonó a los niños durante dos días sin comer ni beber, paralizado por su propio estupor. El pederasta es solo uno de los miles que se calcula que hay en España, a los que la ley no les disuade de perseguir niños. Muchos de ellos, los de mejor situación económica, viajan a lugares del mundo para hacer turismo sexual con niños. De estos, la ONG Save the Children dice que hay al menos 35.000 en nuestro país.
Se investiga si en un principio trataba de invitar a otros pederastas a abusar de los secuestrados, pero el miedo a ser descubierto en esta ocasión no le dejó seguir. Fue él mismo quien acabó confesando a su compañera que había participado en el secuestro, aunque presentó la cosa como el plan de unos delincuentes de El Molar. Presuntamente la mujer, horrorizada, hizo que la hija mayor le denunciase.
El detenido, al que se imputa como autor de los hechos, es Juan José R., dedicado a la venta de chatarra que él mismo recoge. La presunta acción de Juan José nos alerta de que algo por el estilo pudo suceder con los niños desaparecidos en Gran Canaria, Sara Morales, de 14 años, y Yéremi, de siete, pero en estos casos no habrían tenido suerte con el escondite, donde los dejaron.
También pone de relieve que el sistema penitenciario deja en la calle a delincuentes sexuales que pueden volver a reincidir. Se trata de una situación a la que no hay por qué resignarse.
La sociedad española resulta bastante vulnerable al rapto y desaparición de niños. Aunque parezca mentira, ya no se llevan las viejas consejas que advierten contra el hombre del saco, pero no se ha inventado nada nuevo. Claro que la cuestión es no perder de vista a los niños que juegan confiados, pero por otro lado, las autoridades deben velar por su seguridad. Una sociedad que no protege a sus niños es una sociedad incompleta y caduca.
El caso de Torrelaguna es uno de esos que se resuelven por casualidad y que indica que algo más allá de la simple voluntad de los hombres vela por la infancia. Los niños estuvieron en un tris de no ser encontrados y el causante de tanto dolor podría haberse perdido en su propio laberinto. Se llevó a los niños porque era fácil, y en especial porque no teme a las leyes que, en teoría, deben impedir que estas cosas pasen.