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El político carpintero

La Razón
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Estamos a un año de las elecciones municipales. El PSOE anda de cabeza, a la caza de candidatos dispuestos a una probable inmolación en las grandes ciudades, mientras que el PP ha pasado revista a la mayoría de sus 771 cabezas de cartel. En los cuarteles generales, los estrategas de los partidos hablan ya de perfiles, equilibrios y tácticas de campaña como napoleones que, con escuadra y cartabón, planifiquen el asalto a Europa. Algo de primer asalto tienen estas elecciones. El PP hace sus cálculos: si ganan las ocho capitales de provincia y suben sensiblemente en el territorio comanche del interior, pondrán pie y medio en la Casa Rosa. Por su parte, si el PSOE se pega el batacazo, si Griñán, el máximo dirigente del partido en Andalucía, se pega el batacazo, tendrán que activar un «plan B» para no entregar a Arenas la llave tras treinta años de socialismo. En las generales cuenta menos si Zapatero tiene las cejas en forma de «w» invertida o si a Rajoy se le ajusta el color del tinte. En las municipales cuenta todo. Por eso el Partido Popular ha desterrado la imagen del político de gemelos y pisacorbata y se ha intentado acercar al andaluz medio, que se reparte entre el bar de la esquina y la cola del INEM. José Antonio Nieto, el candidato a la Alcaldía de Córdoba, es el prototipo. Uno parece lo que parece. Al consejero de Cultura y candidato a palos en Marbella en las últimas elecciones municipales, Paulino Plata, te lo imaginas al otro lado de la pantalla. Salvando las distancias, un Clark Gable, con su bigotillo, dándole el beso definitivo a Vivien Leigh en «Lo que el viento se llevó». Nieto, sin embargo, podría llamar al timbre a media tarde y preguntarnos qué puerta tiene que barnizar. Ya me lo estoy imaginando. Tener cara de carpintero en política es importante. Y más aún si, como en el caso de Nieto, uno es capaz de planear siempre, pese a los agradadores, a ras de suelo. Lo malo-malo en estos tiempos de sardina en el capacho es un candidato con pose de banquero.