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Vejez adolescente por José Luis Alvite

La Razón
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Es evidente que hay por lo menos dos clases de juventud: la estética y la cronológica. Nos hemos convertido en un país muy representativo en el que hay mujeres de aspecto adolescente cumplidos los sesenta años, como es el caso de la ex vicepresidenta del Gobierno, que cuando parecía destinada al diván del retiro, a la balnearia duermevela de la vejez con el rostro en llanta, resulta que se hace un carenado y posa con un juvenil aire de magra jovialidad postoperatoria a medio camino entre Jane Fonda y Alberto Contador. A veces en los periódicos salta la noticia de que en un arranque de genio un anciano la emprendió a tiros con su familia y uno se da cuenta entonces de que la edad ha dejado de ser un lastre para convertirse en un estímulo. Donde está ahora la edad no es en la documentación, sino en el carácter, y lo que frena a muchos hombres en su entusiasmo tardojuvenil ya no son la moralidad o el pudor, sino la maldita próstata. Cuando yo era niño cualquier hombre de más de cuarenta años me parecía un anciano y a nadie le sorprendía su muerte. Aquellos hombres también tenían entusiasmo y se resistían a la vejez, pero en cualquier momento les fallaba el hígado porque escaseaban la buena alimentación y la higiene. Sobrevivían los más fuertes y era noticia destacada quienes cumpliesen cien años presumiendo incluso de fumar en ayunas. ¿Es mejor la situación de ahora? Yo no lo sé porque me faltan datos. Lo que parece evidente es que la prolongación de la juventud es sólo una conquista publicitaria. La gente vive más años que entonces, pero eso no significa que sea más joven, sino que es vieja durante más tiempo. ¿Es eso bueno? Tampoco lo sé. Yo me conformaría con que, al menos una vez en la vida, el desayuno me lo trajese a la cama mi cadáver.