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La Razón
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Hasta en ocho ocasiones los magistrados del Tribunal Constitucional dicen en la sentencia sobre el Estatuto que la «realidad nacional de Cataluña», es decir, la aspiración a constituirse como «nación» que recoge el preámbulo, «carece de eficacia jurídica». O sea, que llámate nación si te place, pero no lo eres y punto. Llámate repentinamente Rey de España, que si no eres Juan Carlos I, pues nada.
Virtuosísimo. Me apunto. Hace dos semanas me convertí en rica con 60.000 euros cuando el presidente de Extremadura decidió gravar las rentas al trabajo superiores a esos ingresos, y ahora me voy a convertir en aristócrata por obra y gracia del Tribunal Constitucional. A partir de hoy, lo anuncio, seré «Gloria Lomana, Reina de Jordania». ¿A quién hago yo daño con esto? Y, sin embargo, miren ustedes, me doy el gusto porque de siempre a mí las reinas jordanas me han gustado mucho, lucen divinamente y nadie les tose. Muchos dicen que incluso Letizia de España copia a Rania de Jordania, y no es para menos, la reina más joven del mundo, tan mona ella, tan estilosa, tan esbelta, tan elegante, tan decidida, tan solidaria, tan madre y esposa, tan trabajadora, tan reinona, tan reina, Rania. Y tan lista. Ella ha dicho, «en mis viajes por países árabes no llevo velo y sin embargo nunca me siento fuera de lugar. ¡Juzguemos a las mujeres por lo que tienen en la cabeza y no encima de ella!». Ahí la tienen, moviendo el tacón, en su propio canal en You- Tube. Y luego se va a Davos y hace este titular: «Rania de Jordania, Bono y Bill Gates, reunidos para mejorar el mundo». Decidido. Me pienso hacer unas tarjetas con este membrete, «Gloria Lomana, Reina de Jordania», nada de directora de nada, que desmerece mucho porque desde el primer vistazo a la tarjetita se sabe que eres una menesterosa currante que te levantas a las 6:30 de la mañana para que te supere el estrés.
No obstante, aviso: que no me venga el Tribunal Constitucional a decir que suplanto personalidades. También la nación catalana suplanta a la española en ese territorio, y sin embargo no tiene eficacia jurídica. Sólo lo hacen por darse el gusto. Pues como yo. Lo mío tampoco tendrá eficacia jurídica, pero me convierto en aristócrata, a los ojos del mundo, en un pestañeo. Lo mejor de todo es que Zapatero tenía razón. Las palabras, como la tierra no pertenecen a nadie, sólo al viento. Y la palabra nación es un concepto discutido –como hemos visto durante cuatro largos años– y discutible –a la vista del fallo de los sesudos magistrados–. Lo dicho, llámese nación si le place, es sólo una palabra, hueca en este caso, pero tan sólo una palabra, como las otras 300 que también acaban de quedar fuera del tiesto. Qué más da si ahora quedan cuestionadas una docena de leyes catalanas, si el Tribunal Constitucional ha quedado como un despojo, si los nacionalistas se embravuconan, si los socialistas andan a la greña... El Gobierno dice estar feliz, y lo entiendo. La sentencia sólo es un río de palabras para ser discutidas y discutibles. Menudo entretenimiento...