Vigo

Sancho Gracia: «Sólo volvería a significarme pidiendo el voto para Adolfo Suárez»

La Razón
La RazónLa Razón

Con una carrera plagada de éxitos y todos los premios habidos y por haber, este maestro de las tablas le planta cara a esa maldita enfermedad cuyo nombre da miedo invocar y que le arrebató un pulmón – «a la Xirgu le quitaron uno a los treinta y murió a los ochenta»–. Pero no se queja de la nueva tanda de quimio y radio. Con su inconfundible voz torrencial y su potente caudal narrativo, repasamos su vida y hablamos de sus proyectos en una soleada terraza madrileña.

-Me fastidia tener que empezar preguntándole por su salud.
-Pues que no te joda. Estoy bien. Me quedan unos días de tratamiento y los médicos están contentos. Empiezo a darle importancia a una gripe, porque cada año se lleva a miles de personas. La palabra cáncer echa para atrás, pero se le puede hacer frente, si se lo coge a tiempo.

-No en vano, pidió públicamente a la ministra de Sanidad revisiones obligatorias preventivas.
-Estamos en un mal momento económico pero nos ahorraríamos mucho dinero en tratamientos.

-Cuando Serrat anunció que padecía cáncer dijo que «es el momento de dar la talla como persona».
-Es que «el nen» también ha tenido lo suyo. Es jorobado, pero hay que dar la talla, porque la madreterapia es fastidiada... Y ¡aquí estamos los dos!

-Al médico que se lo detectó le puso en un aprieto.
-(Risas) Porque no me quiso dejar hacer la función esa noche y le dije: «¿Le está diciendo a Curro Jiménez que tiene cáncer?».

-Ahora entiendo por qué estaba enamorada de Curro Jiménez.
-¿Y ahora no? (risas)

-¡Siempre, Sancho!
-En este país no se respeta mucho al gremio. Hubo un gran actor, amigo, intelectual..., que hizo una carrera descomunal y ha quedado de él una frase... ¿Eso es respeto?

-Sacristán decía que él estaba en cuarto de Fernán-Gómez.
-¡Yo ya debo de estar en sexto!

-Los grandes, además, eran amigos de farra: Rabal, Merlo, Bódalo, Delgado, Rivelles, Rodero...
-Nos pasó de todo. En una celebración después de rodar «La otra mujer» nos fuimos a unas ventas y al salir le advertí a Paco que no cogiera el coche porque había una capa de hielo. Pero lo hizo, y se metió una leche. Cicatriz en la cara, todo ensangrentado... y sólo se le ocurre decirme: «Felicín, ¿cómo tengo la rata?». Se refería a la peluca. ¡Era un figura!

-Y actoralmente, ¿qué hay después de todos ellos?
-Eran descomunales. Pero ahora también hay buenos actores. Es verdad que a algunos no les entiendo cuando hablan –mi mujer quería llevarme a GAES (jajaja)–, pero otros son muy buenos.

-También se codeó con escritores: Benedetti, Onetti, Benet...
-Juan Benet era un fenómeno. Y era muy divertido, en contra de la imagen que se tiene de él. Por no hablar de su inteligencia. Teníamos una tertulia, también con Hortelano, que era para callarse y escucharlos.


Siempre la misma serie
-¿Una de sus ilusiones es hacer «Los camioneros», con su hijo Rodolfo?
-Bueno, es una idea. Pero tienen que coincidir muchas cosas. La «biblia» está propuesta, hay un guión. Ya veremos, pero de forma más inmediata pienso en el teatro.

-¿En qué?
-En varias cosas. Una es «El vestidor», que hicieron en cine Albert Finney y Tom Courtenay. Es una propuesta por si mi hijo puede hacerla. Pero él es muy personal, tiene sus ideas y sus compromisos. Ya veremos. También produciré «Los negros», de Jean Genet.

-Es decir, ¿que le veremos sobre las tablas?
-Sí. O en el cine: en otoño estrenamos «Balada triste de trompeta», de Álex de la Iglesia. Porque la televisión está muy rara: juicios y hospitales, ¡todos me parecen iguales!

-Es decir: que ve poca tele, salvo cuando sale su hijo, que le ha salido guapo...
-¡Yo también tuve lo mío! (risas) Es guapo y, sobre todo, buen actor. Además, tiene calidad.

-La humildad y trabajo en equipo es el legado que heredó de su maestra Margarita Xirgu.
-«Ayuda a los demás y ellos te ayudarán a ti», decía. ¡Qué mujer! ¡Fue un bautismo de seriedad en la profesión! Debuté en los escenarios bajo su dirección. En España, que trabajáramos con ella, sólo quedamos Ana Diosdado, que es su ahijada, y Walter Vidarte.

-Su éxito televisivo pesa en su biografía, ¿le molesta?
-¡En absoluto! A Borgart le pasó con «Casablanca». ¡A mí me llaman Curro por la calle y me emociona! Yo la pensé, la produje y la protagonicé...Volvería a hacerla sin dudarlo.

-Decía Azcona que era difícil bajarse del caballo y seguir siendo un pedazo de actor.
-Porque me quería. ¡Cómo le extraño! Iba cada tarde a buscarlos, nunca antes de las nueve, a los lugares donde quedaba con Berlanga –que era donde pasaban mujeres estupendas (risas)–. Rafa me dejó un poso tremendo. Decía siempre una frase: «La foca no trabaja si no hay sardina». ¡Qué talento de hombre!

-Si le digo el nombre de un barco, el «Formos»...
-¡Joder! ¿Cómo lo sabes? Tenía 12 años. Embarqué en Vigo con mi madre y mi hermana rumbo a Uruguay. Duró 26 días. Los pasajeros nos dividíamos por clases y sexos, como el Titanic. Iba con trescientos tíos, como en la mili. Mi madre me acababa de poner pantalones largos, pero como me enamoré en el viaje le dije que me los cortara, porque así iba a parecer más joven.

-Años después, hubo un segundo viaje a ultramar: llegó Hollywood, pero no se quedó.
-Acabé trabajando con Charlton Heston en «Marco Antonio y Cleopatra». ¡En inglés! El Galiardo y yo... ¡El director estaba loco! Pero no me iba ese modo de vida.

-Cuentan que Heston tenía las piernas torcidas, por eso le hacían planos americanos.
-El problema lo tenía en la mano: no sacaba un duro aunque lo matasen. Se miraba en el espejo y le pedía dinero. No me invitó a un café jamás, pero era buen tipo.

-Usted, que participó pidiendo el voto para Suárez, ¿volvería a significarse políticamente?
-Por Adolfo, por supuesto. En este momento, no. Estamos en un momento político de poca talla.

-Fue padrino de su hijo Rodolfo. ¿Han mantenido el trato?
-Hace un año que no llamo, porque ya no podemos hablar. Cuando lo hacía, aún me reconocía. Ha sido uno de los políticos más íntegros que hemos tenido y era un seductor de personas.

-Sancho: le quiero... Pero ya no me cabe más amor en una entrevista.
-¡Guarda la cámara, Alberto! Que Ángeles y yo tenemos mucho de qué hablar (risas)...


La ternura de un peso pesado
Es mucho más que el padre de Rodolfo Sancho. Es el héroe cinematográfico y televisivo de varias generaciones. Con una de las miradas más difíciles de sostener, no dribla ninguna pregunta, responde con llaneza y lo pone todo perdido de tacos. Como a mí tampoco me lavaron la lengua con lejía, establecemos un delicioso entente pedregoso-verbal que no olvidaré. Es un hombre a quien el cáncer hirió con zarpa de fiera. Pero no es el novio de la muerte, pues nada le gusta más que vivir. Su biografía le avala. Hay un Sancho más allá de su fuerza: la infinita ternura que anida en los pliegues de su mirada. Estar con Curro Jiménez es más de lo que nunca pensé que pudiera depararme el periodismo.