Sevilla
Bobos por Cristina López Schlichting
Diecisiete cartillas sanitarias para diecisiete autonomías. Muy práctico. Hace mucho que estar enfermo en España supone dolores añadidos. Por ejemplo: que un discapacitado no tenga las mismas prestaciones en una u otra parte del territorio; que la Seguridad Social no te cubra las mismas operaciones en todas partes; que en algunos sitios te den más ayuda (o menos, o nada) para un respirador, una silla de ruedas o asistencia a domicilio. Las diferencias son insultantes, porque ponen de relieve que ser español es poco menos que nada, que lo que cuenta es ser catalán, andaluz o madrileño. Pero en verano son, además, molestas. Que un hijo precise una escayola o una intervención fuera de tu autonomía exige papeleos y, en ocasiones, riesgo añadido. ¿Se acuerdan de la persona que necesitó una operación y a la que se le denegó en Sevilla y que perdió horas preciosas hasta ser acogida en un quirófano de Madrid al que llegó en helicóptero desde Extre-madura? No hay derecho. La crisis va revelando alguna de sus ventajas: ya no podemos permitirnos tanta tontería. Es hora de establecer cuánto nos cuesta esta multiplicación de administraciones, este papeleo de ida y vuelta, éste «págame los enfermos del veraneo». ¿Cuántas horas de trabajo son precisas para determinar el desplazamiento de los pacientes, tasar las intervenciones médicas a los desplazados y compensar los gastos? ¿Cuántas oficinas son necesarias para ese servicio? ¿Cuánto material de oficina? Un territorio sanitario único no sólo significa ahorro: significa igualdad.
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