Actualidad

Todo sin traumas

La Razón
La RazónLa Razón

Las críticas literarias de Azorín, como las de don Juan Valera son muy contenidas y rara vez mordaces quizás por aquello de que una obra literaria tiene siglos por delante para ser buena o mala, que a Valera le gustaba repetir. Pero Azorín, sin embargo, se mostró también mordaz, como en el caso de Bretón de los Herreros.
Este buen señor tenía el don, como dice el propio Azorín, de escribir versos llenos de ripiosidades y del prosaísmo más prosaico, y en una de sus comedias decía, por ejemplo, un personaje:

«Sentémonos, don Joaquín,
junto a esa fuente serena,
que la tarde está muy buena, .
y es hermoso mi jardín».

Así que, en principio extraña un poco que Azorín se ocupara de ese señor, pero se explica porque Azorín quería mostrar que Larra no tenía por qué molestarse con Bretón porque hubiera escrito una comedia que se llamaba «Me voy de Madrid» y que se estrenó el 21 de diciembre de 1835.
Azorín creía, en efecto que la cosa no era para enfadarse, porque el personaje central fuera alusivo a Larra, y fuese una especie de donjuan municipal, que tenía miedo de que un marido celoso le enviase sus padrinos para un duelo, por un «breve epigrama» que había escrito. Y Azorín comenta con ironía que no se sabría lo que podría haber ocurrido, si el epigrama hubiera sido largo.
El protagonista se va de Madrid, de todos modos, y explica:

 «Ya he dicho que hacer mi viaje
quiero en cualquier carruaje:
en el primero que salga;
al Levante, al Sur, al Norte.
Con todos los vientos navego;
el caso es marcharme luego
de esta maldita Corte».

Así era la prisa que tenía el donjuanesco protagonista ante el imaginado marido ofendido, pero el asunto fue que Larra estaba ya fuera de Madrid cuando la comedia se representó, y los espectadores habían pensado en él, y el enfado le sobrevino cuando regresó, porque, como suele suceder, le dieron la noticia teatral, ponderando la maldad de Bretón y preguntándole si no iba a responder a tamaño insulto. Pero Larra se tomó con bastante filosofía la cuestión, y podríamos decir que a imitación de algunos maridos ofendidos por el protagonista de la obra que decían «¡Diantre!» y confesaban que

 «Nunca el adverso Destino
puede turbar el reposo
del hombre que es venturoso
con una copa de vino».

No había sangre en las historias que contaba Bretón acerca de esos asuntos amorosos, que se supone que al propio Larra le llevarían luego a la muerte. El protagonista de «Me voy de Madrid», en quien se ve a Larra, desde luego que no se suicida, y las damas, incluso románticas por principio y citando a Pentesilea, tampoco pasan gran sofoco. Todo es apacible, y se resuelve del modo más pacífico, y los tiempos románticos, aparte de crear un individualismo por encima de toda norma moral o legal, produjeron, también estas vidas y escrituras llenas de practicidad, huyendo del horror al que aludían esas damas, cuando hablaban de «la inanición, la raquitis, el marasmo», que era el colmo del horror. Y, cuando Larra se pegó un tiro por Dolores Armijo, según se aseguraba en los ambientes literarios, la gente no lograba entender que no hubiera solucionado su problema como Bretón y sus personajes. Uno de éstos, don Fructuoso, no comprendía tampoco que los Larra de la época anduviesen con declamaciones de locura y suicidio o escenificaciones con tumbas y castillos siniestros, y no siguiesen sus consejos, que no ofrecían esas demasías, sino una romántica sensatez: «Yo me hallo bien con cualquiera que mande, mientras cobro del Erario».
Corrección política perfecta, verdaderamente. Las gentes de entonces que iban al teatro iban a hacer la digestión de la cena, más bien, y sin duda las obras de Bretón ayudaban a ello. Ya había dicho Sempere y Guarinos que el teatro de Moratín y sus contemporáneos habían despojado al mismo Shakespeare de sus sangrientas atrocidades, civilizándolo. Así que se evitaban los traumas psicológicos.