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Historia

Crítica de libros

El banquete

Los inolvidables

La Razón La Razón

Leí, por primera vez, «El banquete» en griego. Aquel año, en clase, habían decidido que nos dedicáramos a traducir a Platón y así lo hicimos algunos, porque, con la pésima calidad de la enseñanza dispensada, la mayoría no sabía por dónde hincarle el diente al texto. Es lo que ha tenido siempre la UNED, que, darwinianamente, excluye a los que no son aptos para la supervivencia. Con lo que había traducido yo en las incomparables clases del padre Arce en San Antón, «El banquete» me pareció un juego de niños que casi podía leer de corrido. Pero no es ésa la cuestión. Lo que verdaderamente me abrumó en aquella obra fue los distintos enfoques que Platón sabía recoger en relación con el amor. En aquel banquete en el que los atenienses, según tenían por costumbre, se emborrachaban para luego entregarse a las conversaciones filosóficas, había defensores de la práctica de la homosexualidad, bien es verdad que poco o nada parecidas a las tesis del lobby gay; se daban cita los que consideraban que el amor era una divinidad, incluso la mejor de ellas, comparecían los que estaban dispuestos a aceptar cualquier papanatada con tal de que estuviera bien dicha. La diferencia la marcaba –¿podía resultar de otra manera?– Sócrates. El feo y ocurrente filósofo afirmaba que el amor era una fuerza superior a los hombres, pero no, ni mucho menos, un dios. Además, no se deja arrastrar por la busca del placer, sino por el deseo de transmitir todo lo bueno al otro. Así, cuando el perverso Alcibíades –una especie de Oscar Wilde ateniense, pero con ribetes políticos y militares– había intentado acostarse con Sócrates, había cosechado un doloroso fracaso porque el filósofo ni creía ni aceptaba ese tipo de relaciones. Sólo es amor el que comunica la virtud al ser amado. Lo demás no pasa de ser un deseo que no tarda en agotarse en sí mismo, estupidez o egoísmo. Habría que esperar a Jesús y Pablo para encontrar una definición del amor que superara la que Platón había dado en «El banquete». Lástima que aquellos profesores de la facultad dejaran tanto que desear…