Historia

Berlín

División 250

La Razón
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Estos días se conmemora el envío de la denominada División Azul, la 250, al frente del Este. Como tantos episodios de la Historia de España, éste ha sido objeto del ennegrecimiento, del blanqueo y del olvido. Para los partidarios de ver bajo la peor luz cualquier cosa que sucediera durante el Régimen de Franco, la División Azul no fue sino un episodio de ayuda del dictador a Hitler, el genocida al que debía casi todo. Para los partidarios del blanqueo –¡hay algún sandio que incluso se empeña en decir que los cuarenta fueron una buena década!– los divisionarios no tenían nada que ver con el III Reich y casi, casi marcharon a combatir a Rusia en solitario y empeñados únicamente en acabar con Stalin. Dado que al final cayó el Muro de Berlín, resulta obvio que los divisionarios tenían razón. Finalmente, están los que prefieren pasar un tupido velo sobre todo el episodio. La verdad histórica se encuentra en otro lugar. Los voluntarios –lo fueron en su mayoría, pero no totalmente– obedecieron a los motivos más diversos. Había falangistas –como Berlanga– ansiosos de devolver la visita a los soviéticos que habían ayudado al Frente popular durante la guerra civil; republicanos –como Luis Ciges– deseosos de conseguir un salvoconducto para familiares que se habían significado y simples románticos –como Álvaro de la Iglesia– que lo mismo querían encontrarse con una aristócrata del Este de Europa que conocer el zoo de Berlín. No eran nazis, pero sí sentían una simpatía innegable por un Reich que estaba humillando a naciones democráticas como Francia o Gran Bretaña y golpeando ahora a la URSS. En general, se comportaron bien en el campo de batalla. Hipotransportada, la división dio todo lo que pudo y causó la admiración de los oficiales alemanes y del propio Hitler, pero era imposible que tuviera un peso más allá de lo simbólico. Por lo que se refiere a la Escuadrilla Azul, como ha dejado de manifiesto algún estudio reciente, derrochó pundonor, pero su capacidad técnica, a pesar de estar integrada por veteranos de la guerra civil, fue inferior a la de alemanes y soviéticos. Franco –que, a la sazón, insistía en que su estado era totalitario, digan lo que digan sus apologistas actuales– los utilizó como moneda de cambio para llevarse bien con Hitler y, a la vez, no comprometerse mucho con él. No fue el único beneficio que extrajo de la peculiar unidad. Por añadidura, envió al extranjero a una parte considerable del exceso de testosterona que había en aquella Falange de inicios de los años cuarenta. Por supuesto, Hitler intentó usar a la División para dar un golpe a Franco e instaurar un gobierno verdaderamente falangista, pero la maniobra –por razones que ahora no vienen al caso– no salió bien. En 1944, cuando ya había arrojado su suerte al lado de los Aliados, Franco consiguió su repatriación. Fueron recibidos los divisionarios con sordina porque el Régimen no estaba por presumir de unos soldados que habían combatido contra los vencedores. Los cautivos tardarían más de una década en volver a una España al borde de la quiebra por culpa de la aplicación de los principios económicos del socialismo con camisa azul. No pocos fueron héroes, no pocos fueron idealistas, no pocos fueron meramente utilizados por ambiciones superiores. Descansen todos ellos en paz.