Crítica de libros

La agitación

La Razón
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Hay una tendencia a abrillantar/ensombrecer los rasgos de nuestra galería patria de ilustres con apuntes de biografías extranjeras. Igual que necesitamos el gotero de extranjerismos para, presuntamente, ampliarnos, acudimos al mercado exterior de ilustres para definir lo que aquí ya de por sí tiene naturaleza propia, ingénita. La comparativa de Esperanza Aguirre, más por indolencia de los abajofirmantes, está hecha, en papel calco, de Margaret Thatcher. Como si Downing Street y la Puerta del Sol coincidieran en un mismo kilómetro cero. Y en un sitio hay un luminoso de Tío Pepe y en Picadilly, una tienda de McDonald's. Con el paso del tiempo, la acción de la lideresa británica está siendo reducida, ya en estampa de códice miniado, a su dominio del «power dressing»: el blindaje de su peinado, sus collares de perlas y aquellos zapatos Ferragamo con suela gruesa de tres centímetros. Hoy, que la presidenta de Madrid reaparece en Josefa Valcárcel, digamos que no sabremos que habría hecho Thatcher ante la polémica de los toros, de las prisas, del metrobús e, incluso, «ante el bulto». A Aguirre habrá que suscribirla como lo que es: una política netamente española, y si se quiere, echá p'alante, castiza, arrojada. Nada de citar a Chesterton; a modo de saludo, recurramos a Galdós: «Mi destino es poder vivir en la agitación como la salamandra en el fuego».