El Cairo
Nada que ver (II) por César Vidal
Señalaba yo en la entrega anterior que cualquiera que haya identificado a Obama y al partido demócrata con ZP –o Felipe González que tanto da– y el PSOE en el terreno de la economía no tiene ni la menor idea de lo que dice. Obama, guste a quien guste, ha desarrollado una política económica que se encuentra en prácticamente todos los rubros a la derecha del actual Gobierno español, no digamos del anterior. Si esa circunstancia resulta obvia en el terreno de la economía no lo es menos en el de la política internacional. La política exterior de Obama ha fracasado –no se puede decir que la de Bush fuera precisamente el carnaval de los éxitos– pero eso no implica que fuera un calco de la de ZP. De entrada, Obama, pensara lo que pensara de las guerras, ha aguantado a pie firme en Irak y en Afganistán. Le hubiera gustado salir por temperamento y por recortar el déficit, pero, enfrentado con los hechos, ha sido realista y ha permanecido a lo largo de todos su mandato. Es cierto que ha señalado fechas de salida, pero lo cierto es que no parece que hubiera otra manera de convencer a iraquíes y afganos para que asumieran responsabilidades que les son propias. Por otro lado, Obama, a pesar de sus promesas electorales, ni ha cerrado Guantánamo ni ha derogado la Patriot Act ni ha reducido el gasto militar. Tampoco ha sido –por mucho que así lo digan algunos– complaciente con Irán. La política de sanciones impuesta por la administración Obama contra Irán ha sido, por el contrario, extraordinariamente dura y, llegado el caso, Obama no parpadearía a la hora de lanzar un ataque sobre la dictadura de los ayatolás. Las razones de esa conducta, a fin de cuentas, las ha expresado Obama con términos no muy diferentes a los que habría utilizado Reagan, McCain o Romney: Estados Unidos está decidido a seguir siendo la primera potencia del planeta; no va a permitir ningún movimiento que amenace esa posición y castigará con mano de hierro a quien la desafíe. Que, de paso, Obama haya tendido una diestra diplomática hacia los musulmanes no cambia en absoluto la situación y explica, siquiera en parte, la frustración de éstos al cabo de unos meses del discurso de El Cairo. Y, por supuesto, a Obama nunca se le habría ocurrido prodigarse en abrazos con Evo Morales o Hugo Chávez; enviar a mujeres de su Gobierno a ponerse el velo delante de los ayatolás o mostrarse débil ante un monarca que reivindicara pedazos del territorio de Estados Unidos. Disputas electorales aparte, al final de la jornada, la política exterior de un presidente demócrata o republicano apenas presenta diferencias más allá de matices cosméticos y, desde luego, no tiene nada que ver con la cadena de dislates que protagonizaron personajes como ZP, Moratinos o Trinidad Jiménez. La patria es muy seria como para perpetrar majaderías a su costa.
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