Arqueología
Los huesos hablan por Marta Robles
Nuestros huesos hablan, quizás más que ninguna otra cosa. En Atapuerca, por ejemplo, más allá de esas valoraciones absurdas de algún británico envidioso, los huesos son los que están proporcionando una valiosísima y fidedigna información a Juan Luis Arsuaga y su equipo. Los últimos hallados, pertenecientes al pie de un niño que vivió en esa sierra hace entre 300.000 y 500.000 años (aquí las aproximaciones de años son tan inexactas como las de los dineros de la crisis), han aportado datos de enorme interés. En realidad, ni siquiera han sido varios huesos, sino uno solo el que ha aparecido en esa Sima de los Huesos, donde hasta ahora se han encontrado 6.500 fósiles, entre ellos 30 esqueletos casi completos; pero su relevancia es extraordinaria. Gracias a ese huesito de nada, apenas el de la falange distal, la que tiene la uña, del dedo de un pie meñique, los investigadores están valorando la posibilidad de que ésa sea «la prueba más antigua de un comportamiento humano simbólico de tipo funerario». Arsuaga lo cree, aunque aún haya discrepancias en la comunidad científica. Y eso significaría que los huesos de los hombres, que han hablado una vez más, indican que sus almas, también entonces, en la Prehistoria, los conducían a comportamientos desiguales a los de las bestias. Que esos huesos hubieran sido enterrados indicaría la intención de los cercanos de resguardar unos restos, tal vez de protegerlos y, seguramente también, un arraigo distinto entre seres, diferente al de los animales. Ese no querer dejar a los suyos desamparados, incluso tras la muerte, podría implicar, incluso, además de amor, la creencia de una vida después de la vivida. Los huesos continúan dando respuestas.
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