Sevilla

Mirandés el débil cumple el sueño

Su equipo, de Segunda B, jugará las semifinales de la Copa y su hazaña ha contagiado al pueblo, que está emocionado. «La ilusión no se compra», dicen los vecinos. Sólo se habla de fútbol

Mirandés el débil cumple el sueño
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Pablo, gracias por emocionarnos». La frase está escrita en letras negras, sobre cartulina roja, los colores del equipo. Apareció una mañana en la puerta de una caja rural, en Quincoces de Yuso, un pueblo burgalés de apenas 200 habitantes, a 53 kilómetros de Bilbao y 50 de Miranda de Ebro. Las palabras de agradecimiento van dirigidas a Pablo Infante, de 31 años, que, contra todo pronóstico, se ha convertido en el máximo goleador de la Copa del Rey, con siete tantos, y compagina, como si nada, su trabajo de director (y único empleado) en esa sucursal (de 8:00 a 15:00) con duros entrenamientos diarios en Miranda (de 17:00 a 19:00). También mete goles, vaya si los mete, y se ha ganado, junto a sus compañeros, el respeto y la admiración de gran parte del país.

El humilde club al que pertenece, el Club Deportivo Mirandés, de Segunda División B y con un presupuesto de 1,2 millones de euros anuales (comparado con los más de 400 del Real Madrid o el Fútbol Club Barcelona), ha ido venciendo a los grandes equipos de la Liga BBVA: Villareal, Racing y, como última proeza, en el minuto 92, al Espanyol, la semana pasada.

El hombre del traje gris
La siguiente cita es el próximo martes, contra un equipo, el Athletic, al que todos admiran y en muchos casos sienten como propio. Once jugadores del Mirandés, el entrenador, Carlos Pouso, y miembros de la directiva proceden del País Vasco. Viajarán a San Mamés, La Catedral del fútbol, donde esta vez no se acercarán como aficionados sino como dignos rivales. «El milagro es haber llegado hasta aquí. Recibir al Athletic en nuestro campo...», celebra Infante, de sonrisa permanente, desde su despacho. Fuera, en la sala de espera, ha colocado un pequeño transistor para que la gente que llega no se aburra. El hombre de traje gris, Pablo, envuelto en un casi místico silencio rural, se convierte en cada encuentro en el mago de la pelota, un ídolo de masas cuyo nombre corean las 6.000 personas que abarrotan Anduva, el estadio encantado de Miranda.

El Mirandés no es «més que un club», como reza el eslogan del Barça. El Mirandés es la esperanza. La ilusión. Así lo siente Juan Francisco Marcos, Kiko, de 74 años, que ha venido desde Salamanca, su ciudad natal, junto a su nieto Ángel, de 27. «Íbamos a la cooperativa a por patatas», cuentan, «pero teníamos que saludar a Pablo. Él nos ha hecho sonreír de nuevo». El jugador los recibe con la misma afabilidad que a todo el mundo (clientes, prensa o admiradores). Sus maneras son tan sinceras que es difícil no devolverle la sonrisa. «A ver si te ficha Florentino (Pérez)», salta el anciano, en alusión al presidente del Real Madrid. «O por lo menos que te paguen como a Ronaldo o Messi», añade bromista.

En la puerta, sentados en una banqueta de madera, espera un matrimonio que lleva 65 años juntos. Dolores, de 95 años, habla muy alto a Alejandro, su marido, de 90, con txapela y bastón, que no oye bien. «Hasta en Sevilla vieron a Pablo por la tele, ¿verdad? Me lo ha contado una nieta mía», comenta con perplejidad infantil. «¡Qué cosas pasan!».

La misma alegría vibrante se respira en Miranda. El volcán rojo, como dicen muchos (por el color de la camiseta) los ha pillado a todos. Raro es el edificio en el que no se vea una bandera del equipo. La gente lleva la camiseta del Mirandés a gala.
Las conversaciones terminan en un «nuestros chicos son los mejores». El pasado jueves, más de 250 socios hacían cola para comprar las primeras entradas contra el Bilbao. Alejandro Martín, de 67 años, entró nada más abrir, a las 17:00. La mostraba como su mayor trofeo. Había costado 12 euros. En el restaurante La Vasca (y en todos los sitios donde uno entra a tomar un café o en busca de algo), se comenta la proeza del equipo. «Si ganamos al Athletic, cerramos Miranda. Echamos la llave y nos vamos», se ríe Iñigo, uno de los responsables de La Vasca. «Ya no tendríamos más que conseguir en el mundo», exagera. Los corrillos se forman alrededor de cada mesa.
«¿Tienes la entrada?», se escucha.
A las afueras del municipio, en el estadio de Anduva, los jugadores, van saliendo al césped, tranquilos, riéndose entre ellos. «Hay buen rollo, ¿eh?», remarca un aficionado. Y la verdad es que sí. Salen del pequeño vestuario Ander Lambarri, Mujika, Aitor Blanco… Todos bien aleccionados por su míster, dicen ir pasito a pasito. No piensan más que en el siguiente partido. Así se pronuncia el capitán, Iván Agustín, medio centro de 32 años; o uno de los ídolos al marcar el gol de la victoria contra el Espanyol, el defensa César Caneda, de 33. En un día nublado y oscuro como el pasado jueves, antes del entrenamiento, sus rostros se iluminaban con el solo pensamiento de llegar a la final. «¿Os imagináis en el campo ante Messi? Pffffff! No lo quiero ni pensar», se escandaliza Caneda. Los ojos hacia arriba. Resopla. Arquea las cejas. El jugador cuenta que lo admirable es haber llegado hasta semifinales.

Una lección de vida
No se atreven a soñar más. Las palabras más sentidas van para la afición: «Han estado con nosotros en cada viaje, siempre, desde lo más pequeño de un entrenamiento…», remarca Agustín. Aparte del himno, conmovedor para los locales, suelen cantar una versión castiza del «Yes, we can» (sí, podemos) del presidente Barack Obama. Ni uno solo queda fuera del coro.

El entrenador, Pouso, animado, sale el último, mirando a todas partes y bromea con sus jugadores. Les permite hablar con la prensa (esa novedad que reciben con tan buenas maneras que parecen ser diestros en el asunto). «¡Venga, y ahora al campo! Que somos trabajadores del fútbol, no monitos de feria!», salta tras posar para algunos fotógrafos. «Esto lo recordarán nuestros nietos», afirmó en una rueda de prensa. Y así será. El míster sólo quería hablar de su próximo partido, el de ayer, de liga, contra el Gimnástica Segoviana.
Pero el caso es que, de ganar al Athletic, su equipo «grande», se enfrentarían realmente con el vencedor del encuentro Valencia -Barcelona. Y eso es real. «Esto es una lección de vida», piensa Miguel Ortíz, directivo del equipo, en la grada. «El dinero, como ves, no lo logra todo. La ilusión no se compra. Algunos equipos como nos ocurrió con el Guadalajara, el Cádiz, el Linense, Almansa... cuando acabó el partido, se unían al cántico Mirandeeeeees, Mirandeeeeees y nosotros Guadalajaraaaaa, Guadalajaraaaaa... Aunque fueron ellos los que ascendieron. Esa unión en el fútbol, hay que verla para creerla». Un milagro, pues.

 

Pablo Infante: «el orgullo es lo que nos mueve»
Es el héroe del Mirandés, un futbolista ya veterano, de 31 años, con calidad, pero que decidió vivir de otra cosa además del fútbol. Por las mañanas va a su oficina bancaria a trabajar; por las tardes entrena y los fines de semana (este año también entre semana) compite. El Mirandés tiene que jugar la semifinal de la Copa del Rey y es líder de su grupo de Segunda B. Nunca es tarde para la gloria y a Pablo Infante le ha llegado ahora. Está tranquilo y sonriente ante la avalancha de fama y de medios que preguntan por él y quieren conocerle.

–¿Cuál es la fórmula mágica para este milagro?
–El mantenimiento del bloque. Somos 13 personas, jugadores, que nos conocemos mucho... Y a esto hay que añadir la calidad, el planteamiento del juego y todos los factores que a veces se combinan en el fútbol.

–¿Cómo conjuga su rol directivo con la alta competición?
–Pues a veces es muy cansado, pero es lo que hay. Me levanto a las 7:30, abro a las 8:00, trabajo aquí toda la mañana y, después de comer, salgo para Miranda y entreno de 17:00 a 19:00.

–¿Pensó que sería una estrella mediática?
–No creo que lo sea ( risas). Pero sí es cierto que no esperaba tanta popularidad. La verdad es que no me gusta mucho, intento atender a todo el mundo, pero me gusta más pasar desapercibido.

–¿Ha recibido ofertas?
–La verdad es que no. En el fútbol, tan pronto como se sube, se baja. Hay que tener los pies en el suelo y vivir el día a día. Me concentro en el entrenamiento de esta tarde y el próximo partido.

–¿Se ve en la final de la Copa?
–Hombre, por soñar, siempre se sueña... (silencio.) Enfrentarse a esos equipos, ganar, dar la mano al Rey... Pero el Athletic es un grandísimo equipo y vencer es muy complicado.

–¿Pesa la presión?
–Mejor no pensar en ello. Yo salto al terreno de juego y me dedico a jugar. Los equipos de Primera dan respeto porque ¡los has visto en la tele!, pero luego se pasa y te concentras. Quieres ganar. Y ya. El orgullo es lo que nos mueve.