Crisis económica

Generaciones perdidas

La Razón
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Somos muchos los españoles que hemos vivido varias crisis económicas. Algunos incluso nos pasamos la vida entera en crisis hasta finales del siglo XX, cuando se inició una etapa de recuperación que quedó truncada en 2008. Tenemos por tanto datos y sobre todo experiencias, que nos permiten analizar esta que estamos viviendo. En los años ochenta, por ejemplo, el Gobierno socialista de Felipe González se enfrentó a la crisis con medidas de liberalización interna en el mercado de trabajo, los alquileres y los horarios comerciales. También procedió a una reconversión industrial de envergadura, con enfrentamientos brutales. La oposición sindical, escenificada en la huelga general de 1988, acabó con aquella ola reformista.El Gobierno de Zapatero aprendió esta última lección y se ha enfrentado a la nueva crisis de forma muy distinta. Desde el primero momento, los sindicatos de clase, en particular UGT, han sido los principales interlocutores de Zapatero. En consecuencia, el Gobierno socialista sigue las pautas de los sindicalistas. Esto se traduce en el inmovilismo absoluto. No se ha emprendido ni una sola reforma porque las reformas siempre tienen algún coste social o, como dice la retórica del socialismo de Rodríguez Zapatero, ponen en peligro los derechos. Como esto aboca a una sangría monumental en puestos de trabajo, primero temporales y ahora fijos, se recurre al dinero público y a la deuda, que hipoteca a los españoles para muchos años. También se lanzan programas de obras públicas –coyunturales, en general– y el PER andaluz se extiende a todo el país. Los parados reciben prestaciones que les permiten sobrevivir y en algunos casos, por acumulación de ayudas, salir adelante más que dignamente. Todo se basa en resistir hasta que lleguen tiempos mejores. ¿Llegarán alguna vez?Hay factores nuevos, que alejan esta posibilidad. El primero, el desgobierno interno, fruto de un Estado de las autonomías con un gasto desaforado, fuera de control. Otro es que ya no tenemos una divisa propia que nos permita la devaluación que compensaba la falta de competitividad interna. Y un tercero es que el mundo es mucho mayor que hace veinte años y competimos con economías como las asiáticas, infinitamente más dinámicas y trabajadoras que nosotros. Por si todo esto fuera poco, Zapatero ha seguido una política cargada de ideología. El adversario político, fuera de cualquier posible referencia a sus propuestas concretas, es por naturaleza de ultraderecha y por tanto está automáticamente invalidado por oponerse a lo que el nuevo socialismo significa. Esta dinámica de enfrentamiento continuo, para desgastar al adversario político y movilizar a los propios, ha funcionado bien hasta ahora. Seguramente ya no será capaz de compensar los efectos de una crisis de fondo, que se ha instalado entre nosotros de forma duradera. En cambio, ha hecho imposible cualquier pacto que hubiera podido contribuir a sacarnos de este trance y ha hecho muy difícil la aplicación de políticas de reforma, convertidas en un tabú ideológico. En unos años, Rodríguez Zapatero ha echado a perder España para dos generaciones.